La persona que no consigue perdonar queda en deuda con el ofensor, consigo misma, y encima de todo, con Dios. Su desarrollo espiritual se estaciona, porque su conciencia queda instintivamente reclamando la venganza o el perdón, dependiendo naturalmente del carácter que ella posee.
Cuando el perdón no llega por parte de la persona ofendida, ella es siempre más perjudicada que aquella que la ofendió, aunque queden ambas unidas por un lazo maligno.
Por otro lado, el perdón ejerce también mejor efecto sobre aquel que perdona que sobre aquel que es perdonado. El cristiano es el templo del Espíritu Santo, la habitación de Dios y por lo tanto jamás debe dejarse contaminar por un resentimiento o amargura, pues eso entristece al Espíritu de Dios, el cual vive en nosotros exactamente para realizar una transformación en nuestro carácter, de acuerdo con el de Su Hijo Jesús.
El apóstol Pablo, en una recomendación a los cristianos romanos, dijo: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. Así que, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber, pues haciendo esto, harás que le arda la cara de vergüenza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” Romanos 12:17-21
Cuanto alguien más perdona, más crédito tiene para con el ofensor y sobretodo, con el propio Dios; sin embargo, si no perdona, pasa a deberle al diablo.
¿Qué hacer cuando la persona pide perdón, pero no lo recibe? Cuando eso sucede, la persona ofendida queda totalmente liberada delante de su conciencia y mucho más delante de Dios. Aunque la otra persona no la haya perdonado, está limpia de toda culpa. Nadie puede obligar a alguien a perdonar, pero cada uno tiene que hacer su parte, individualmente.