Muchos no tienen la más mínima idea de la importancia del perdón. Lo asocian a algo trivial que el tiempo puede borrar.
Si fuese así de simple, con certeza, el Señor Jesús no lo pondría como obligatorio (Mateo 6:14-15), ni hubiera dicho que se perdonara tantas veces como fuera necesario (Mateo 18:22).
El perdón es de Dios.
El rencor o los resentimientos son del diablo.
El perdón salva, libera, cura, transforma, en fin, identifica algo Divino.
El rencor o los resentimientos alimentan el odio, la ira, la contienda y, finalmente, matan.
La falta de perdón significa condenación.
El rencor es una semilla del infierno sembrada en los corazones de aquellos que no tienen a Dios.
Mientras que el perdón ilumina, los rencores llenan de tinieblas.
Si Dios, que es el Justo Juez, perdona, ¿quién es el ser humano para no perdonar?
Quien no perdona, no tiene Salvación.
Quien muere sin perdonar a quienes lo ofendieron, se condena al lago de fuego y azufre por toda la eternidad.