Es prácticamente cierto que en su lecho de muerte el hombre ve la película de su vida. José ahora tiene 110 años de edad, tirado en su cama, sin energía para levantarse. Como si su esfuerzo para levantar sus ojos no fuera lo suficiente, él quiere hablar. Suspira, respira hondo, vuelve a suspirar. En fin, las palabras salen llevándole la poca vida que aún le resta: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?” Génesis 50:19
“¿Cómo no temeremos si por poco somos nosotros los que te matamos?”, se asustan sus hermanos. A pesae de su poca fuerza física, la fe de José aún es inquebrantable. Saben sus hermanos que Dios habita en su corazón y, más que eso, que José habita en el corazón de su Señor. No, José no está en lugar de Dios, pero goza de toda Su compasión.
“Vosotros pensasteis mal contra mí.” Génesis 50:20
Sí, lo pensaron. Cuando José no era más que un adolescente, por celos, planearon su muerte. “Él es el preferido de nuestro padre. Sus sueños dicen que estará sobre nosotros. Eso sería peor que la muerte”, decían. Un hombre temeroso no mata a sus hermanos. Entonces, lo vendieron como esclavo a unos mercaderes extranjeros. Mandaron al niño a las tinieblas de un destino sufrible y desconocido. Buscaron el mal contra José y contra su padre, que tanto lloró la falsa muerte de su hijo. Durante años, José sufrió como esclavo, como presidiario, y todo por la culpa de ellos. Buscan en los ojos de José el odio, la sed de venganza. Pero no lo encuentran.
Suspira José. Tose. Se atraganta y deja caer las palabras unas sobre las otras: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo.” Génesis 50:20
No ven el rencor porque este no existe. Sí, José sufrió, pero fue bendecido por Dios, quien lo puso por sobre todo Egipto. Por encima de su palabra, solamente estaba la del Faraón. Así, tuvo el poder para ordenar la muerte de todos sus hermanos. Pero no lo hizo. Verdaderamente, Dios habita en el corazón de José.
Lo que no sabe es que años, siglos, milenios después, los hijos de Dios desconocerán el significado del verdadero perdón. Que el ojo por ojo, diente por diente será ley. Que les desearán el mal contra quien intentó el mal usando el nombre de Dios. “Haz lo que quieras, el Señor lo ve todo”, dijeron. En sus corazones fue creciendo el deseo de venganza. Satisfarán su alma con la caricatura de un Señor vengativo que, por verlo todo, les causará el mal a los demás.
No, José no se lo imagina. Ni se le pasa por su cabeza que el ejemplo de su perdón se perderá con el tiempo y que realmente pocos les desearán el bien a quienes les hicieron mal. Por saber que nada es más dulce que el amor divino, José sonríe y acaricia la mano de su hermano más cercano. No se deja llevar por la amarga venganza. Sino que le profetiza el cielo a quien le dedicó el infierno: “Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob.” Génesis 50:24
Y sonríe. Sonríe con los ojos, pues la boca se le seca. Ve la película de su vida y entiende que Dios planeó muy bien su camino para que salvara a Su pueblo.
Aunque no podamos ver la película con los ojos de José, podemos aprender con su fe y su amor.