Un puerto es un lugar de abrigo para navíos. Es visto como un alivio, un refugio para quien pasó varios días en alta mar. Sinónimo de seguridad, el puerto representa el fin de la inconstancia vivida sobre las olas y de los riesgos de estar lejos de la tierra firme.
Sabemos que la mujer vive constantemente en un mar de emociones. La inestabilidad de las olas de sus sentimientos la hace anhelar una manera de mantenerse firme. Por más espiritual que una mujer pueda ser, aún tendrá esa inclinación emotiva, contra la cual deberá luchar todos los días de su vida. Pero, además del Espíritu Santo, existe alguien – de carne y hueso – perfecto para ayudarla en eso.
El marido debe ser la personificación de ese puerto en la vida de su esposa. Para eso, él necesita pasarle seguridad. Al lado de su compañero, la mujer debe notar que está en tierra firme, ya que él tomará decisiones racionales que la beneficiarán y la pondrán a salvo de las malas consecuencias de las actitudes emotivas. Por eso, el marido también es considerado el guardián de la mujer, ya que la protege para que ella no sufra con las varias preocupaciones que intentan asolar su corazón.
Pero el hombre solo tendrá la capacidad de hacer eso si está bien definido en lo que quiere. Como el puerto seguro de su esposa, él debe tener objetivos y luchar por ellos día a día, mostrando el enfoque, el desarrollo y los resultados. Así, su esposa no se preocupará por el presente y por el futuro, pues ambos estarán seguros. Su única preocupación, a partir de entonces, será cuidar a su marido.
Este es el plan de Dios para equilibrar la balanza del matrimonio. Por eso, tantas decepciones ocurren cuando el hombre no se preocupa por el papel que debe ejercer en la vida de la mujer. Los maridos emotivos, indefinidos, pasivos e inseguros se han hundido en el mar de los sentimientos y han hecho que sus esposas se hundan juntamente a ellos. Algunos de ellos incluso intentan hacer de sus mujeres su puerto seguro, pero esta es una responsabilidad que solo ellos pueden tener en relación a sus mujeres, pues para eso fueron capacitados por Dios.
Por lo tanto, si usted, hombre, ha sufrido con los reclamos constantes de su esposa, analice en qué aspecto usted ha dejado de pasarle seguridad. El tema sobre el cual ella reclama no es lo que realmente la incomoda, sino que la raíz de su incomodidad está en el hecho de que usted no le transmite seguridad a través de esa actitud.
Si usted desea tener una auxiliadora, debe ser una persona que tenga el placer de auxiliarlo, y no alguien que tenga que hacer su papel además del de ella. Sea usted el puerto seguro en el cual ella se refugiará ante los monstruos de su inseguridad.