Muchas personas han dudado de la capacidad de su propia fe, creyéndola muy pequeña ante la grandeza de sus dificultades. Lo que importa no es la dimensión de la fe, sino la calidad en lo que se refiere a su pureza. La persona puede tener una gran fe, pero una ínfima duda, seguro la neutralizará. ¡Con una pequeña fe pero ninguna duda, esta persona puede contar con esta fe para lo que sea!
El combate que el verdadero cristiano mantiene para su salvación es la lucha ininterrumpida contra las dudas, el miedo, las preocupaciones y la ansiedad que viene con ímpetu contra su fe. Para eso él precisa vivir en la vigilancia y en la oración constante, a fin de resistir todo lo que intenta neutralizar su confianza en Dios.
Sabiendo que el diablo trabaja principalmente con la palabra de duda, es de suma importancia que la eliminemos, cualquiera que sea, por menor que ésta sea, a través del ejercicio de la confesión de aquello en lo que creemos, esto es, la Palabra de Dios. Si un pensamiento fatídico, por ejemplo, intenta amedrentarnos, es soplado en nuestra mente, entonces, inmediatamente lo resistimos confesando la Palabra de Dios que nos garantiza el amparo.
La Biblia dice que Dios da orden a los ángeles para que ellos nos guarden en todos los caminos (Salmos 91). Una buena manera de combatir nuestras dudas es dudar de ellas. Fe es certeza, es convicción y es lo que lleva al cristiano a la victoria.
Fragmento extraído del libro “Misterios de la Fe” del obispo Macedo.