Usted con toda seguridad, ya ha escuchado la historia de David y Goliat, que cuenta cómo un simple pastor de ovejas derrotó a un gigante.
La verdad es que David venció al gigante mucho antes de enfrentarlo. Él sabía que no podía comparar el tamaño, las habilidades o todo el armamento utilizado por Goliat, aun así, no se dejó intimidar por la situación, no se rindió a la opresión ni se acobardó ante las ofensas.
El ejército de Israel le temió al gigante guerrero, y el pequeño pastor de ovejas – que no soportaba el peso de una armadura de guerra – simplemente lo despreció. Confió solo en Aquel que realmente podría vencer la batalla y no se intimidaría.
¿Y qué tiene que ver esta historia con usted?
Mientras viva, la afrenta del gigante será diaria, en forma de un problema, de una duda, de desánimo, de malos pensamientos o de la sugerencia de un pecado.
Ahora deténgase y piense: usted, ¿le ha dado lugar o ha despreciado al pecado? ¿Cuántas veces ha permitido que sus malos pensamientos paseen en las cosas del mundo o se ha dejado llevar por la emoción del momento?
Desprecie aquello que lo aleja de Dios. Rechace el pecado y las dudas. Los días malos vienen para todos, pero no podemos dejarnos llevar por ellos.
Imagínese si David se hubiese dejado llevar por aquella situación. Es muy probable que no hubiera sido más que un simple y desconocido pastor de ovejas, y jamás hubiera llegado a ser el hombre según el corazón de Dios.
¿Usted ha rechazado y derrotado al gigante o se ha rendido a las emociones?
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