No siempre el sueño se da durante la noche. Los que sueñan los sueños de Dios lo hacen durante el día, porque alían la fe con la razón.
Por otro lado, los ojos atentos durante el día no evitan el sueño de la muerte. Es lo que ha ocurrido con los caídos y los tercos.
Un día, estuvieron de pie. Conquistaron significativas victorias en varias áreas de la vida.
Pero, por un descuido en la fe, se dejaron llevar por el sentimiento y cayeron.
Cayeron por cuestiones sentimentales, por amor al dinero o por un sentimiento herido. El motivo no viene al caso …
El hecho es que cayeron.
¿Tenían cómo levantarse? Sí.
¿Conocían el camino? ¡Por supuesto!
¿Y por qué no lo hicieron?
Orgullo.
El orgullo alimentaba la idea: ¿qué van a pensar de mí? ¿Y mi imagen?
Es decir, no estaban preocupados por haber entristecido al Espíritu de Dios.
Uno de los mayores héroes de la fe, sino el mayor, confesó:
Me vestí con ropas ásperas, para mostrar mi angustia; ¡mi orgullo ha quedado por el suelo! Job 16.15
En su mayor dolor y aflicción, el rey David clamó:
Considera y respóndeme, oh SEÑOR, Dios mío; ilumina mis ojos, no sea que duerma el sueño de la muerte. Salmo 13.3
¿Quién sabe si usted, mi amiga o mi amigo, no esté durmiendo el sueño de la muerte a causa del orgullo?
¡Libérese de él mientras usted está vivo!
Mejor es vivir humillado que bajar al infierno lleno de sí.
Solo el sacrificio es capaz de romper el maldito orgullo.
Ten compasión, oh Dios mío, de los poseídos del espíritu de orgullo.