En la tarde del 4 de abril de 1968, una única bala interrumpe ese jueves y el futuro de un país entero. Lanzado desde un rifle que se posicionó a casi 100 metros de distancia, el proyectil de alto calibre acierta del lado derecho del cuello de un hombre negro, provocando el estallido de su maxilar y tirando contra la pared al sujeto y al sueño de millones de personas con quienes lo compartían.
Sus amigos, miembros de la comitiva revolucionaria guiada por el baleado, llevan, en vano, al cuerpo desde la baranda del hotel hasta el hospital Saint Joseph, en Memphis, Estados Unidos (USA). Martin Luther King Jr. es declarado muerto en menos de 1 hora y lleva a la tumba la esperanza de ver un mundo justo.
El Mundo
El sueño de Martin nació con él, en 1929. El muchacho creció dentro de una familia cristiana, donde aprendió a expresarse con elocuencia. Empeñado y comprometido con sus estudios, concluyó la facultad a los 19 años y el doctorado en teología a los 26, convirtiéndose en un importante líder religioso regional.
El mundo en el que el Dr. King creció era racista y asesino. En Estados Unidos, en aquellas décadas, grupos malévolos menospreciaban, humillaban y mataban negros. Uno de esos cánceres sociales como el Ku Klux Klan, contaba con casi 4 millones de blancos dispuestos a quemar vivos a personas negras.
El pensamiento colectivo reinante era simple: los blancos odian a los negros, quienes en defensa propia odian a los blancos, que consecuentemente odian aun más a los negros. La diferencia entre las dos castas que dividía a Estados Unidos era el poder, hasta entonces, todo estaba concentrado en la mano de hombres ricos, conservadores y blancos.
Rosa Parks
Las palabras de Rosa Parks eran granadas dentro del templo. Nadie entendía de dónde venía eso ni hacia dónde estaba yendo, pero sabían del tamaño del estrago que causaría.
“¡Levántese! ¡Es una orden!”, gritó el conductor del ómnibus. Rosa no se movió.
Era la tarde de un 1º de diciembre de 1955, cuando estallaron aquellas palabras. Todos dentro del ómnibus, blancos y negros, se maravillaron por el coraje de la muchacha de 19 años.
“¡Es la ley! – bramó amenazante quien estaba en pie – Todo negro debe ceder su lugar al blanco cuando el ómnibus está lleno!”
Queda claro que el conductor se juzgaba superior a la muchacha que regresaba cansada de su jornada de trabajo, pero no era el único. Toda la sociedad pensaba así. Por eso ella se rehúsa a levantarse, lo cual llevó a Rosa Parks a la cárcel y a pagar una multa de 14 dólares, una cantidad inmensa si recordamos que en aquellos días, un sofá valía 30 dólares.
El sueño de un mundo igualitario era compartido por Rosa, Martin y millones de otras personas. Por eso los negros de Montgomery, en Alabama, juntaron fuerzas y salieron a las calles. Por su liderazgo natural, Martin fue escogido como portavoz.
La primera decisión fue boicotear el sistema de ómnibus de la ciudad. Durante 382 días, ningún negro utilizó el transporte público. Muchos blancos apoyaron la causa, ayudando, inclusive, transportando a sus semejantes.
Cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos declaró anticonstitucional la segregación racial en los transportes públicos, Martin y Rosa ya eran héroes nacionales. Ellos luchaban contra una discriminación que cumplía casi 500 años de existencia, cuya principal arma de tal injusticia era, justamente, el apoyo del Gobierno.
Formado en filosofía, el Dr. King se convirtió en un activista del pacifismo. Sobrevivió a varios atentados y prisiones e inició la lucha por los derechos civiles de los negros. Fundó la Conferencia de Liderazgo Cristiano en el Sur (SCLC), desde entonces, luchó por mejores condiciones de vida para los negros, incluyendo educación, vivienda, derecho al voto y el fin de la segregación racial.
Durante esa lucha recitó su famoso discurso “Yo tengo un sueño” para 200 mil personas. “Yo tengo el sueño de que mis pequeños cuatro hijos, un día, van a vivir en una nación donde no serán juzgados por su color de piel, sino por la reputación de su carácter”, pronunciaba en su aclamado discurso.
Ese mismo discurso fue el último paso en la conquista de la Ley de los Derechos Civiles, de 1964. A partir de ese día, quedó prohibido por ley, cualquier tipo de discriminación en lugares públicos.
El último discurso
En el salón de la Iglesia Dios en Cristo, ubicada cerca del pequeño hotel donde el Dr. King está hospedado, pocas personas asisten al discurso del líder. El hombre más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz, en 1964, volvió a la ciudad para calmar una manifestación de 25 mil personas. No imaginaba que al día siguiente morirían 39 y 2,5 mil saldrían heridos en su nombre.
“Bien, yo no sé lo que vendrá ahora. Tendremos días difíciles por delante”, pronunciaba sintiendo aun el olor a lluvia que apartó a la mayor parte de sus seguidores. “Como a cualquier persona, me gustaría tener una larga vida. La longevidad es buena. Pero ya no estoy preocupado por eso. Sólo quiero cumplir la voluntad de Dios.”
El Dr. King dedicó los últimos años de su vida a la lucha por la paz, estuviera en las calles de Washington o en Vietnam. Ejemplo de eso es que el proyecto, abortado por su muerte, buscaba la solución para la pobreza de negros y blancos sureños.
Más que un sueño, el Dr. King tuvo un objetivo, trilló su camino y, con fe, alcanzó sus metas. La semilla lanzada por él, hizo crecer raíces profundas y cambió a la sociedad, al punto de que tan solo 4 décadas después, un negro se convirtió en presidente de Estados Unidos.
“Cuando dejemos sonar la campana de la libertad en toda vivienda, y todo poblado, en todo estado y en toda ciudad, podremos acelerar aquel día en el que todos los niños de Dios, hombres negros y hombres blancos, judíos e idólatras, protestantes y católicos, podrán tomarse de las manos y cantar las mismas palabras del antiguo espiritual negro: ‘Libre al final, libre al final. Agradezco a Dios todopoderoso. Finalmente somos libres.”
¿Y usted? ¿cuál es su sueño?
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