El 26 de diciembre del año pasado, la paranaense Márcia Rosa Santos, de 34 años, vivió uno de los momentos más difíciles de su vida. Aquel día, estaba preparando el almuerzo cuando su hijo menor, Artur, de 1 año y 11 meses, dijo que tenía hambre. “Él estaba sentado en una silla cerca de la cocina, nuestra cocina es pequeña. Yo le di un pedacito de carne y me di vuelta por un segundo. De repente, Artur metió la mano en la olla con arroz y se le cayó encima”, recuerda.
La cabeza, las piernas y los brazos del niño tenían arroz, el que estaba cocinándose en agua hirviendo. Márcia se desesperó. Ella puso a su hijo debajo de la lluvia de agua fría durante algunos minutos, evitando mojarle la cabeza. Después ella y su marido, Luciano Rosa Santos, de 37 años, llevaron al niño en auto a la sala de urgencias del Hospital Universitario de Londrina.
Después de la atención de emergencia, Artur fue transferido al ala de quemados. Las quemaduras habían alcanzado el 15% de su cuerpo. Los médicos les avisaron que necesitarían someter al niño a una pequeña cirugía.
“Yo creo que fue un milagro”
Márcia permaneció junto a Artur durante todo el período de internación. Ella cuenta que la primera noche en el hospital no logró dormir bien debido a la angustia. Estaba preocupada por las posibles secuelas de las quemaduras.
“Artur ya estaba durmiendo cuando agarré el celular de mi esposo y vi la foto del Templo de Salomón que la tenía como fondo de pantalla. Renové mi fe en el mismo instante. En un acto de confianza, Le pedí a Dios que restaurase la piel de mi hijo, principalmente, la de la zona de la cabeza porque estaba muy hinchada (foto)”, recuerda.
Después de la cirugía, los médicos le avisaron a Márcia que Artur había sufrido heridas de segundo grado y podría tener problemas en la piel del cuero cabelludo. A pesar del diagnóstico, Márcia dijo que mantuvo la confianza. “Yo creía que mi hijo no iba a tener ningún problema. Quince días después, el cabello comenzó a nacerle normalmente (foto).”
Artur pasó 5 días en el hospital y continuó el tratamiento en su casa, además de visitar periódicamente al médico. El pasado 9 de febrero, recibió el alta definitiva. “Yo creo que fue un milagro. El Dios que habita en el Santo Lugar me respondió. Hoy, después de 2 meses del accidente, mi hijo ya no necesita acompañamiento médico y está perfecto, sin ninguna secuela”, celebra Márcia.
Y usted, ¿ya ha vivido un milagro de Dios en su vida? Deje su comentario contándonos cómo fue. Si aún no conoce el Templo de Salomón, participe en una reunión en el Santuario y luego comparta su experiencia con nosotros.
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