1.º enemigo: nuestro propio «yo». No es el mal, ni las personas, ni los problemas, sino los sentimientos, los pensamientos, las voluntades, las manías y las costumbres que tenemos. Por eso, Jesús dijo que la condición para que Lo sigamos es negarnos a nosotros mismos.
2.º enemigo: satanás y sus demonios. Arman emboscadas, crean situaciones adversas para que murmuremos, para que miremos a los lados o hacia atrás, o para que busquemos a quién culpar y nos desviemos del Altar, quitemos la mirada de lo Alto, del Monte, de donde viene nuestro socorro. Es en el Monte donde levantamos el Altar a nuestro Dios y Lo servimos, Le rendimos culto de manera inteligente, bíblica y práctica. Por eso, de los Montes viene nuestro socorro, es decir, del Altar, donde entramos en Alianza con Dios, dependemos de Él, obedecemos, confiamos y tenemos vida con Él; así como Jesús, que subía a los Montes para orar al Padre, o como Abraham y los héroes de la fe.
3.º enemigo: la sociedad. Como dicen las Escrituras Sagradas, aquellos que se hacen amigos del mundo se vuelven enemigos de Dios. El mundo son las inclinaciones que la sociedad fomenta y alimenta, como el egoísmo, la vanidad, la promiscuidad y la corrupción, todo lo malo que pone en riesgo nuestra buena conciencia y nuestros valores. El mundo, como enemigo, no es el planeta Tierra, sino la sociedad que, desde el principio, no quiere someterse al Creador. Vea que Dios usó a Abraham para liberar a miles de personas, ¿y cuántas se volvieron a Dios? Solo algunas, ni su sobrino Lo siguió, sino que volvió a Sodoma y Gomorra, siguiendo las fuertes atracciones de aquella época. Hoy, muchas personas se dejan seducir por las propuestas y ofertas que hay en la sociedad de nuestros días, porque le atraen al ego humano.
Obispo Júlio Freitas