Hace unos 15 años, Cristina conoció la Universal e invitó también a sus hijas y nieto. “La situación en mi casa cuando llegué a la iglesia era mala. Mis hijas venían conmigo esporádicamente y yo traía a mi nieto, Leandro, conmigo hasta que tuvo 12 años y no quiso venir más”, cuenta Cristina.
Esa decisión de Leandro Torres pudo haberse tomado como algo normal, pero tuvo consecuencias inmediatas. “Él era un chico normal, iba a la escuela, hacía sus tareas, pero alrededor de los 13 años comenzó a ser rebelde, a tener comportamientos raros. Pensamos que el problema era la escuela y lo cambiamos, pero no pasó nada. Él empezó a pegarme patadas, a insultarme y gritarme, rompía cosas en casa, quería salir de noche, conocer lo que era un boliche. Yo no sabía cómo reaccionar y cedí, por miedo a que la situación empeore. Tiempo después la situación cambió, empeoró mucho. Ya no estaba en casa, se juntaba con chicos que no eran una buena influencia para él, empezó a hacerse orificios en el cuerpo, a usar expansores en las orejas, dejó de ir a la escuela, en cierta ocasión me llamó el director para decirme que creía que mi hijo estaba fumando marihuana antes de entrar a clase. Al principio no le creí porque yo conocía las actitudes de un adicto debido a que mi exmarido consume, y no las veía en Leandro. Le revisaba los bolsillos, lo olía, pero no encontraba nada.
Como madre también estaba mal, fumábamos cigarrillos juntos, yo le compraba porque él tenía 14 años y no le vendían.
Él me decía que se iba a lo de un amigo, pero en realidad pasaba las madrugadas en fiestas electrónicas, drogado. Yo le creía todo lo que me decía. Había perdido mucho peso, tenía el pelo largo. Y nos confesó que se estaba drogando”, cuenta Constanza, su madre.
Cristina recuerda que el cambio en el comportamiento de Leandro afectó la relación entre ellos. “Él siempre fue un nieto muy afectuoso, pero había cortado relaciones con nosotros, no nos visitaba más. Antes de que se quiebre y cuente lo que le había sucedido, lo vi muy mal, parecía un muerto. Él llamó a mi esposo para confesarle lo que hacía y, cuando me enteré, me quedé tranquila. Yo siempre había orado por él y sabía que Dios iba a actuar. Le ofrecimos dos salidas, o hacía un tratamiento normal en una granja o institución para adictos, o venía a la iglesia con nosotros. Él aceptó de inmediato venir a la Universal”.
Leandro rememora esas épocas: “Yo estaba mal, consumí LCD, éxtasis, anfetaminas, llegué a drogarme con bencina, que es lo que se usa para llenar encendedores. En un momento enfrenté a mi mamá y le dije que no iba a cometer el mismo error que mi padre y ella me creyó. Mi papá era adicto y por eso él y mi mamá se habían separado. Empecé a venir al Tratamiento y gracias a Dios dejé las drogas, soy una nueva persona”, afirma.
Su madre y su abuela dan gracias a Dios porque hoy, Leandro dedica su vida a ayudar a quienes una vez pasaron por lo que él pasó, mostrándoles que con Jesús, las adicciones pueden convertirse en un mal recuerdo.
Participe usted también de la reunión de la Cura de los Vicios y compruebe en su vida o en la de un ser querido que existe una salida para este mal. Lo esperamos este domingo a las 15 h en Av. Corrientes 4070, Almagro.
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