La misericordia es uno de los principales atributos de Dios, y esta también debe ser la virtud de los que Le temen. Leé la nota y entendé el motivo
¿Te acordás de todos los regalos que ya recibiste? Tal vez uno que otro haya sido más marcante, por eso, aún está vivo en tu memoria y lo usas con frecuencia, pero muchos de estos, por más especiales que hayan sido, fueron olvidados con el paso del tiempo. Por otro lado, si ya pasaste por una situación difícil en la vida, aún te debes acordar de las personas que te ayudaron. A fin de cuentas, una actitud cariñosa puede ser olvidada en el transcurso de la rutina diaria, pero no un acto de misericordia.
El diccionario Oxford describe la misericordia como el “sentimiento de dolor y compasión hacia alguien que sufre una tragedia personal o que cayó en desgracia; dolor, compasión, piedad”. Es claro que esta no se limita a nuestros raros actos de benevolencia colectiva o individual, al contrario, la misericordia es mucho más que eso. Hace dos mil años, en Jericó, el Señor Jesús y Sus discípulos llegaron a la ciudad y escucharon el grito de un ciego llamado Bartimeo: “Hijo de David, ¡ten misericordia de mí!”. La misericordia de Él lo alcanzó, no solo a través de la cura por medio de su fe, sino también de la oportunidad que tuvo de seguir al Salvador (Mateo 10:47-52 y Lucas 18:38-43).
Forma parte de la esencia
Hay muchos otros relatos en la Biblia sobre la misericordia de Dios. David, aun pecando y teniendo que lidiar con las consecuencias de eso, suplicó por la misericordia Divina y la alcanzó (Salmos 51). La mujer adúltera, según la Ley, debía ser apedreada, sin embargo, al ser llevada hasta el Señor Jesús, fue librada y perdonada (Juan 8:4-16). Pedro, el discípulo que negó a Jesús tres veces (Lucas 22:54-62), fue el primero en predicar las buenas nuevas (Hechos 2:14-40). En todos los casos, la misericordia solo se alcanzó por un motivo: la sinceridad de reconocer su real condición por parte de los que deseaban alcanzarla.
Dios tiene un “punto débil” delante de una persona sinceramente arrepentida. Por más que ella haya hecho las cosas mal, el Altísimo se da cuenta cuando la persona es sincera y pide misericordia. Muchos de los milagros de Jesús empezaron por la misericordia. Dios se desarma delante de una persona verdaderamente arrepentida.
Esta misericordia le es dada al ser humano porque es una de las virtudes de Dios. Uno de los principales atributos del carácter del Altísimo es la misericordia, como dicen las Sagradas Escrituras:
“… las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es Tu fidelidad!”, Lamentaciones 3:22-23.
En este sentido, la pregunta que permanece es: ¿qué hacemos para merecer semejante misericordia? Si Dios nos tratara solo con justicia, ¿cómo seríamos tratados? Un rayo tendría que caer sobre nuestra cabeza, pero Él nos tiene misericordia. Con algunos de nosotros tuvo misericordia, con otros, tuvo mucha misericordia. Usted ve testimonios de personas que mataron, robaron e hicieron cosas horribles, pero, al escuchar la Palabra y reconocer lo que eran, dijeron: “Señor, ten misericordia de mí”. No merecían, pero pidieron misericordia.
¿Cuánto cuesta la misericordia?
Esta está disponible para todos, pero, para alcanzarla, es necesario un requisito que ya fue mencionado aquí: la sinceridad. Es reconociendo los pecados, las fallas y los defectos, es decir, quitándose las máscaras y rindiéndose delante de Dios, que la misericordia de Él se manifestará en nuestras vidas. Por otro lado, esta no agracia a los que quieren seguir en el error, sino a los que reconocen su impotencia y la necesidad de la ayuda de Dios para cambiar de vida.
Desde Génesis hasta Apocalipsis nos deparamos con relatos en los que Dios actuó con misericordia delante de los arrepentidos, como ya ejemplificamos en este texto, pero el mayor acto de misericordia está descripto en Juan, capítulo 3, versículo 16:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él, no se pierda, mas tenga Vida Eterna”. Juan 3:16.
Hace siglos el Señor Jesús pagó un alto precio (1 Corintios 6:20) para que podamos disfrutar de la misericordia como un regalo. Obviamente, no solo debemos recibir misericordia, también debemos ofrecerla, como Jesús orientó:
“Sed misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso”, Lucas 6:36.
Entender la misericordia de Dios y ser agraciado por esta es reconocer nuestra indignidad delante del Altísimo y que solo Él puede ofrecernos la oportunidad de recomenzar.
¿Hay límites para la misericordia?
Ser misericordioso es una tarea muy difícil para los que no conocen al Todopoderoso, sin embargo, es un peso ligero y suave para los que han experimentado la alegría de la Salvación ofrecida por el Señor Jesús. El nacido de Dios no perdona porque quiere ser perdonado, sino porque recibió el perdón del Altísimo. No es algo forzado, porque esto forma parte de la naturaleza de Jesucristo (2 Corintios 5:17). El misericordioso se preocupa por los afligidos y por el destino de los que viven sin Salvación, incluso no logra vivir en función de sí mismo, porque carga en su interior el mismo Espíritu de compasión que estaba en nuestro Señor (Mateo 9:35-36 y 14:14).
Ya vimos que si no fuera por la misericordia del Señor seríamos consumidos, pero, en el Texto Sagrado también encontramos una alerta:
“Porque el juicio será sin misericordia para el que no ha mostrado misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio”, Santiago 2:13.
¡Esto no es una contradicción! La justicia también es uno de los atributos de Dios.
Tener conciencia de la misericordia de Dios no significa que tenemos el aval de pecar deliberadamente. Por otro lado, independientemente del pecado cometido, nada impide que la misericordia sea renovada en nosotros. El único instante en el que Dios no actuará con plena misericordia será en el Juicio Final, porque, en ese momento, tendrá que ser el Justo Juez y respetar la decisión que tomamos en este mundo. Sería injusto por parte de Él “obligar” a una persona a pasar la eternidad en Su Reino si ella siempre dejó en claro, por medio de sus decisiones, que no quería seguir Sus preceptos. Como está escrito en Salmos, capítulo 103, versículo 17:
“Mas la misericordia del Señor es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que Le temen…”. Salmos 103:17
La espiritualidad no se revela solo en el exterior, sino en el alma, donde habita el temor y la justicia. Sin esto, cualquier acción, por mayor o mejor que sea, será un simple acto mecánico y religioso; es decir, sin temor a Dios no hay arrepentimiento ni sinceridad. Los que juegan con la misericordia de Dios, los que pecan intencionalmente creyendo que alcanzarán la misericordia más adelante, pueden ser sorprendidos con el “demasiado tarde”. Como el rico de la historia del rico y Lázaro, que, cuando llegó al infierno, vio a Abraham y le dijo: “Padre Abraham, ten misericordia de mí”, pero ya era demasiado tarde. Entonces, buscá la misericordia de Dios mientras aún hay tiempo.