La persona que nació del Espíritu Santo no vive solo de la fe, sino principalmente, por la fe. Jesús, durante Su ministerio terrenal, hizo de todo para que las personas despertaran a esto. Un ejemplo de esta actitud se encuentra en Lucas 18:35-43, donde relata que hombre ciego Le imploró que lo curara.
A medida que Jesús Se acercaba a Jericó, un ciego, que se encontraba sentado junto al camino Le clamó: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” Entonces, Jesús Se detuvo y ordenó que lo trajeran.
Encontramos en este episodio una actitud interesante: Jesús puso al hombre ciego a prueba: probó su fe. Si Jesús Se hubiese dejado envolver por las emociones, atendiéndolo inmediatamente, ¿Cuál habría sido Su actitud? Se hubiese conmovido y hubiera ido de inmediato al lugar dónde el hombre se encontraba y lo hubiera curado. Pero no lo hizo. Permaneció en Su lugar y ordenó que trajeran al ciego; y le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” A lo que él respondió: “Señor, que reciba la vista.” Después de su pedido, Jesús le dijo: “Recíbela, tu fe te ha salvado.” E inmediatamente el ciego volvió a ver.
No basta vivir con fe, es necesario vivir por la fe. Cuando actuamos a través de las emociones, la fe deja de ejercerse. Ahora bien, si quisiéramos tener una vida de bendiciones, no podemos dejarnos dominar por las emociones. La persona que nació de nuevo no puede vivir como antes, dejándose dominar por las emociones; como si continuase viviendo en la carne.
A partir del momento en el que nosotros no nos dejamos dominar por las cosas que vemos, oímos o sentimos, pasamos a vivir por la fe; y debido a poseer esta fe, tenemos la certeza de que alcanzaremos todos nuestros objetivos, aunque los mismos, a los ojos humanos, parezcan absurdos. En Hebreos 11:1, encontramos: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”
Tenemos para ejemplificar este pasaje bíblico, a John Wesley, clérigo anglicano y teólogo cristiano británico del siglo XVIII, que fundó un orfanato sin ningún recurso económico. El sustento de los niños fue solamente por la fe. Él solo dependía del poder de Dios. En cierta ocasión, en el momento del desayuno, los niños se sentaron a la mesa, donde no había más nada que tazas y platos vacíos. Entonces Wesley se levantó y les pidió a los niños que se pusieran de pie, y oró: “Señor, gracias te damos por la providencia de suplir nuestras necesidades”. No había terminado de orar cuando golpearon a la puerta. Era un hombre con varios bidones de leche y poco después, otro trajo los panes. Así, los niños tuvieron un desayuno abundante.
Muchas veces, delante de algunas necesidades, ¿cuál ha sido nuestra actitud? Murmuramos o buscamos suplirlas a través de nuestros propios recursos. Angustiados, buscamos resolver el problema de inmediato; actuamos como si estuviésemos viviendo en la carne. Pero, cuando vivimos por la fe, comprendemos el sentido de las palabras del apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:13).
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