“El crisol prueba la plata, y la hornaza el oro, y al hombre la boca del que lo alaba.”
(Proverbios 27:21)
Dios quiere ser glorificado en su vida. Sus promesas son de grandeza, prosperidad, bendiciones sin medida, vida abundante, sabiduría, etc. De inmediato, es esperado que, juntamente con las persecuciones, también surjan elogios y admiración. Estos son, muchas veces, más peligrosos que los momentos de tribulación. Pues en la tribulación, en la persecución, quien es de la fe naturalmente se coloca en la dependencia de Dios, pues no puede contar con nadie.
Sin embargo, en los momentos en los que es elogiado, el corazón humano puede envanecerse. El ego inflado es peligroso. Sin darse cuenta, la persona se olvida de Dios y pasa a creer que es digna de toda aquella honra y gloria. Pasa a aceptar ser glorificada, en vez de glorificar a Dios.
Nunca se olvide de dónde Dios lo sacó. Nunca se olvide de que todo lo que Él le dio fue por Su fidelidad. Nunca se olvide de su posición. Conquistador, a los ojos de los hombres. Siervo, a los ojos de Dios. Puede alegrarse con el fruto de su trabajo y esfuerzo, pero no permita que el orgullo llene su corazón. Aquí queda el recado:
“Cuídate de no olvidarte del SEÑOR, tu Dios, para cumplir Sus mandamientos, Sus decretos y Sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides del SEÑOR, tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre.” (Deuteronomio 8:11-14)
Mantenga su humildad.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo