“Y respondió Abram: Señor Dios, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer?” Génesis 15:2
Abraham lo tenía todo, pero ¿de qué le servía si no tenía heredero? Y persiguiendo a esa promesa de Dios de hacerlo padre de muchas naciones partió de su casa y de su parentela obedeciendo al Señor.
Como nosotros, que salimos por el mundo detrás de la promesa de Dios de llevar la Salvación a las personas.
Una alianza representa compromiso, la oficialización de un acuerdo, un pacto que no puede ser roto. Por eso, la alianza es el símbolo de la unión de aquellos que se casan. La alianza, el anillo que uno intercambia y pone en el dedo del ser amado al casarse es redondo, no tiene fin.
Dios, por ejemplo, decidió hacer una alianza con Abraham para legitimar Su palabra ante él.
Abraham salió de Ur con la promesa divina en el corazón, pero sin ver ninguna señal al respecto.
Él no veía nada, pero tenía la promesa. La fe es ver lo invisible. Si la persona quiere ver o palpar, ¡no es fe!
Más que palabras, quería una señal de que aquello se iba a cumplir, pues él ya había dejado su tierra, su parentela y la casa de su padre, mostrando su creencia.
No tenemos que querer nada más que la Palabra de Dios. Ella es la garantía. Cuando Dios habla a través de Su Palabra eso es suficiente para creer.
Y a partir de eso tenemos que mostrar que creemos, materializar la fe y no solo decir “Yo creo”.
La señal de que Dios iba a cumplir lo que había prometido fue la alianza realizada por medio de un sacrificio. Siguiendo las tradiciones de aquella época, la forma de firmar un pacto entre dos personas era por medio de la muerte de algunos animales específicos, siendo estos divididos en dos partes, colocadas una frente a la otra y, finalmente, las personas involucradas en el acuerdo deberían pasar en medio de ellas, sellando definitivamente el pacto.
En esta ocasión, la alianza fue unilateral, pues la Biblia relata solamente el paso del Espíritu de Dios (Génesis 15:17). Esto mostró el empeño y la honra del Altísimo en cumplir la palabra que había asumido delante de Su siervo. Dios mostró la honra, es como si hubiera dicho “Yo paso”, “Yo voy a cumplir lo que he prometido”. ¡Dios siempre tiene ganas de cumplir!
Quien es de Dios tiene que ser así. Cumplidor de su palabra. No puede andar con vueltas ni mentiras ni enredos. ¡O es o no es!
Muchos que dicen ser cristianos no tienen palabra.
Debe ser sí sí o no no ¡y se acabó! ¡Se cumple lo que se promete!
Ese es el carácter que tiene que tener una persona de Dios.
La renuncia es el camino más corto, aunque doloroso, para la conquista de un objetivo.
La fe viva exige entrega.
Primero, debemos materializar nuestra fe, así como Abraham, para que después el Altísimo materialice Su Palabra en nuestra vida.
No podemos vivir un cristianismo fácil y sin compromiso con la verdad, pues tal cosa no existe.
Quien es nacido de Dios anda con la verdad.
Las medias verdades son medias mentiras.
Jesús dijo: “Yo Soy el camino, y LA VERDAD, y la vida…” Juan 14:6
Y también dijo de satanás: “…no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” Juan 8:44
La mentira no es de Dios sino de satanás.
No hay mentiras pequeñas y grandes, y todos los mentirosos serán echados al fuego.
El obispo Macedo dice que la persona que miente lo hace porque quiere parecer lo que no es.
No hay cristianismo fácil.
La entrega es acompañada de sacrificio. Para seguir a Jesús hay que renunciar, obedecer a Su Palabra y materializar la fe.
“Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” Mateo 16:24
Solo así Dios puede actuar, como lo hizo en la vida de Abraham aquel mismo día, “embarazándolo” de la promesa.