Adrián: “Tuve una infancia muy mala. Había discusiones todo el tiempo. En mi familia ya había vicios de alcohol y de cigarrillo, ellos se gastaban todo y no había para comer.
Yo comencé a salir de noche y conocí la marihuana a los 13 años. Me separé por primera vez después de tener a mi hija. Eso me llevó a probar la cocaína y la pasta base. Por las adicciones perdí matrimonios, trabajo y familia. Después de separarme por segunda vez, viví en la casa de mi hermana sin aportar nada. Me pidió que me fuera, y me fui a la calle con un bolsito y una frazada.
A veces dormía debajo de los andenes de los trenes o en la casa de algún amigo. Lo peor fue no tener a nadie, la soledad. Cuando estaba realmente mal consumía cinco gramos de cocaína, casi todos los días. Tuve dos sobredosis, un día tuve que pedir que me cortaran los dedos porque me estaba quedando frito. Hice muchas locuras, incluso tratar de quitarme la vida. Cuando se va el efecto de las drogas viene la angustia y me venía a la cabeza ‘ahorcate’.
Mi mamá estaba luchando por mí y me invitó a la Iglesia, aunque la conocía hacía más de 20 años y me había apartado. Volví con mi actual esposa porque estábamos mal. La vida puede cambiar en segundos cuando se la entregamos a Jesús. A mí me pasó así, ya no fumé, no tomé, ni me drogué, fue de una. Gracias a Dios puedo dormir, tengo paz, estoy bien con mi esposa. Más allá de las luchas que tenemos, estamos cambiando. Además, puse una gráfica con tres compañeros”.
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