Durante mucho tiempo busqué la felicidad en varios lugares, personas, actividades, religión (en su momento la católica), pero continuaba vacía, triste.
Algunas noches y madrugadas cuestionaba a Dios: “¿Por qué yo no soy feliz?” Dentro de mí, exclamaba: “Mi Dios, ¡un día yo voy a ser feliz!”
Por ser una persona a la que le gustaba estudiar, estaba siempre “bien informada”. Por otro lado, tenía mucha dificultad de entender la Palabra de Dios, de sacarme dudas, al final, me creía autosuficiente y demasiado entendida para sacarme dudas con terceros.
Tiempo después, al llegar a la Iglesia Universal, dígase de paso, cautiva, sedienta y en el fondo del pozo, como la mayoría de las personas, oí hablar del Espíritu Santo y despertó en mí el interés de conocerlo. A partir de allí, comencé a buscarlo como prioridad en mi vida, ¡hasta que Lo encontré!
En aquel momento realicé mi mayor sueño: Tuve un encuentro con la Felicidad, ¡tuve un verdadero encuentro con Dios! Conocí lo que es tener Paz, experimenté lo que es la mejor y verdadera alegría: ¡Nacer de Dios!
Entendí de hecho lo que el salmista sentía cuando escribió el Salmo 126. Sí, ¡mi boca se llenó de risa y mi lengua de alabanzas, y también tuve voluntad de salir hablando la gran maravilla que Dios había hecho por mí!
Mi Señor realizó mi mayor Sueño: ¡Ser feliz! No hay precio que pague por ese Tesoro que encontré. Alabo a Dios por la Iglesia Universal.
Y es así que muchas personas se encuentran en este momento, en un cautiverio presas a sí mismas, buscando la felicidad, saliendo a la caza de ese “tesoro”, intentando encontrarlo en diversos caminos como profesiones, construyendo una familia, invirtiendo en la estética, consumiendo drogas, en fin, por diversos rumbos, como un día yo también estuve en búsqueda, soñando, sobretodo, ¡simplemente ser feliz! Y acaban así, frustradas, por intentar comprar con dinero aquello que no tiene valor…
El único precio que paga ese Tesoro escondido es morir para el mundo para, entonces, nacer para Dios.
Paula – Maceió