Abraham era un hombre íntegro, recto y no necesitó robar, engañar, ilusionar o hacer trampas. Al tener una alianza con Dios, no quiso recibir los despojos de los reyes que él venció, como si le dijera al rey: «Mi riqueza no puede venir del ser humano. Mi riqueza viene de lo Alto».
Dios ya le había prometido Abraham: «Sé la propia bendición». Por eso, al observar su carácter, podemos ponerlo como referencia para nuestra conducta diaria. En Habacuc 2:9 dice: «¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal!».
Abraham tenía conciencia de que, si adquiría bienes de manera codiciosa, estaría construyendo su riqueza con el mal. Y hay quienes piensan que el dinero adquirido de manera fraudulenta los librará del mal. No obstante, si usan el mal para ganar dinero, este los atrapará, porque no tiene escondite. El mal tiene acceso a todas las personas que lo sirven y no hay quienes hayan usado el «poder» del diablo para enriquecerse que no hayan cosechado los frutos de eso en este mundo y en la eternidad.
Por eso, Dios nos pide mirar a Abraham, es decir, que lo imitemos. Abraham no hizo ningún milagro, sin embargo, fue el propio milagro y la propia bendición, porque obedeció la Palabra de Dios.
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