Cayó la ficha
Laura es una joven que terminó su noviazgo con un hombre admirable. Ni ella sabe el motivo de esa decisión, tampoco comprende que el distanciamiento fue sucediendo de a poco, y de forma tan delicada, que cuando se dio cuenta, ya se encontraba demasiado lejos de él. Laura pasó a querer llenar esa falta, pero su tristeza, en el fondo, es saber que su amor no está en los lugares en los que lo busca. El dilema de Laura es intentar reencontrar a su amado, que un día fue despreciado, y que ella teme que la rechace.
Solo segundos, eso fue lo que duró mi alegría al verlo. Y meses, lo que duró mi tristeza, ni bien crucé el pasillo de casa, mi mamá me vio entrar en el cuarto, y me siguió. Bajé la cabeza, porque no quería mirar a nadie a los ojos, estaba como un animal acorralado. Entré en mi cuarto e intenté cerrar la puerta, pero no soporté la idea de quedarme sola. Susurré:
-Má…
Es gracioso como en esos momentos nos olvidamos de nuestro orgullo, y nuestro corazón se transforma en un lugar extremadamente fértil, que acepta cualquier semilla que le tiren. El problema es el tipo de semilla. Si fuese buena, será para nuestro provecho, pero si fuere mala, es muy probable que nos deje todavía peor.
Mi mamá era fundamental en ese momento. Me olvidé de mi orgullo, de nuestras discusiones y hasta diferencias. Era como si ella ya supiese lo que me estaba pasando. Y sabía exactamente lo que me faltaba.
Fue cuando me habló de mi ex-novio. Inmediatamente me acordé de los bellos momentos que pasamos juntos, de cuan feliz era realmente y no lo imaginaba. ¡Cuántas tonterías hice! Si pudiera volver el tiempo atrás, jamás dejaría a alguien que me hizo tan feliz, y que, seguramente, continuaría haciéndolo a pesar de cualquier otra cosa, sentimiento o persona.
Ese mismo día me arreglé y salí. Decidí darme la oportunidad de lo que mi madre me habló tanto. Me vestí con la misma camisa beige y el pantalón negro que había preparado para ese día tan especial.
No comí nada, y para ser sincera, estaba tan desanimada, que hasta las ganas de bañarme se me fueron. Era como si tuviese miedo de que el agua no fuera capaz de lavar solo la suciedad externa. Deseaba que me limpiara por dentro también, que se llevara la angustia, pero era imposible, por supuesto. Y como no era posible, entonces, ¿para que bañarme? No serviría de nada.
Con el sacudón de mi mamá, tuve que caer en la realidad. ¿Para qué sufrir más? ¿Porqué estar lejos de quien tanto me ama?
Entonces, tome la actitud de ir al encuentro de mi ex-novio.
Para él podría haber sido una sorpresa, pero para mí, fue más sorprendente de lo que me podría llegar a imaginar.
Espere la continuación…