“El arrepentimiento”
Laura es una joven que terminó su noviazgo con un hombre admirable. Ni ella sabe el motivo de esa decisión, tampoco comprende que el distanciamiento fue sucediendo de a poco, y de forma tan delicada, que cuando se dio cuenta, ya se encontraba demasiado lejos de él. Laura pasó a querer llenar esa falta, pero su tristeza, en el fondo, es saber que su amor no está en los lugares en los que lo busca. El dilema de Laura es intentar reencontrar a su amado, que un día fue despreciado, y que ella teme que la rechace.
Después de coquetear con mi compañero de facultad, me aseguré que Beto se enterara de eso. Se lo conté, para que se enojara. Se enojó, pero no porque lo traicioné, sino porque lo había decepcionado. Él creía que yo era “diferente”, sentía remordimiento por haber hecho eso. Otra vez, di un mal paso.
Si hubiera dado un paso al costado, si tan solo hubiera terminado la relación, con la cabeza en alto, sabiendo aún que yo era la “víctima”, y lograría reunir fuerzas para enfocarme en otras cosas hasta que mi corazón se calmara. ¿Quién sabe? Quizás podría haber visto las cosas de otra manera. Pero lo hice todo mal.
Terminé la relación como la mala. Y por eso, lo lamento mucho -no por Beto, sino por mí misma.
Es ahí donde mi madre entra nuevamente en la historia. Ella siempre ve mi sufrimiento, y por eso de vez en cuando nombra a mi ex novio. Me habla de lo feliz que yo era a su lado, que en mí veía un brillo especial, se sentía orgullosa que estuviera andando por “el camino de la felicidad en el amor”, como ella acostumbra decir.
Hasta hoy ella se pregunta por qué lo abandoné.
-No lo sé, mamá. – es lo único que sé responder.
En realidad, analizando esa pregunta, no logro responderla. Dicen que el amor nunca se acaba, nunca muere, pero comencé a creer que sí había terminado. Entonces, mi mamá dice que en realidad yo nunca lo amé.
No se lo cuestioné, porque creí que tenía razón.
Lo extraño, pero no puedo regresar con él. Sé que si lo busco, en cualquier momento, él estará llano a escucharme, a entenderme y probablemente aceptaría volver conmigo, pero mi orgullo es más grande.
¡No sé por qué hacemos eso!
Parece que me gusta sufrir. Pero no es así, pero tampoco hago nada para terminar con ese sufrimiento. Es más fácil escuchar los consejos de los amigos, los que muchas veces conocemos en boliches, o en cualquier otro lugar, que a nuestros propios padres. Es más cómodo esperar el próximo paso del otro que dar el nuestro. Es mejor escuchar a nuestro corazón que poner en funcionamiento nuestra cabeza. Y es “mucho mejor” engañarse e insistir en algo, creyendo que lograremos ser heroínas cambiando a los demás, que a renunciar a esta ilusión.
Lo mejor será darnos un tiempo.
Espere la continuación…