Los celos en una pareja pueden ser el comienzo del fin. Ese sentimiento de posesión del otro muestra el miedo desesperado a perderlo. Nubla los sentidos, la razón y es potenciado cuando se lo deja dominar nuestra mente.
Cada minuto que pasa la relación se vuelve más tensa y cualquier cosa es motivo para reclamos, gritos o violencia extrema. En los sentimientos de celos existe además un componente que tiene que ver con nuestra autoestima y seguridad como persona.
Algunas personas se pasan la vida amenazadas por la posibilidad de perder al otro. Esas ideas que se instalan en su mente se vuelven tan patológicas que destruyen cualquier relación.
Todos, en alguna ocasión puntual hemos sentido celos, bien sentimentales, profesionales o incluso en una amistad. Existen celos bien fundados pero otros son totalmente erróneos. Este tipo de conductas se consideran normales siempre y cuando sean eso, puntuales, es decir que no se conviertan en el centro de la vida y se vuelvan una obsesión. De lo contrario, estaríamos hablando de celos patológicos.
“El celoso pierde el control de la conducta y emplea tiempo y energía en indagar y vigilar a la otra persona, impidiéndole que lleve una vida normal. Le cuesta concentrarse en otras cosas y continuamente se imagina que su pareja está con otro. Este sentimiento pasa a ser el centro de la vida en común, determinando sus aflicciones y sus relaciones sociales”, asegura José María Martínez Selva, catedrático de Psicobiología en la Universidad de Murcia, España.
Es cierto que existen diversos tipos de celos. Pero sin duda, los de pareja son los más destructivos. Pueden llegar a ser insoportables y arruinar la vida del celoso y de su pareja. La vida en común se vuelve una pesadilla:
“Los celos patológicos erosionan de forma progresiva la vida en pareja e interfieren gravemente en la vida cotidiana”, añade Alicia López de Fez, Fundadora y Directora del Centro de Psicología López de Fez en Valencia, España. También generan un gran sufrimiento en la persona celosa, que se muestra firmemente convencida de la infidelidad de su pareja y organiza su vida diaria en función de este temor.
Celos peligrosos
Macarena ya tenía una vida difícil antes de conocer al hombre que la llevaría al borde de la locura: “Había estado deprimida desde los cinco años, veía sombras, escuchaba que me llamaban. Busqué contención en un grupo y me involucré con personas que se drogaban. Ahí conocí a una persona adicta a la marihuana y a la cocaína y caí en lo mismo, llegué a inyectarme y hacía mezclas de pastillas. Lo peor fue el LSD y las anfetaminas”.
Ella estaba en su peor momento, había buscado ayuda, pero no le sirvió de nada, ni a ella, ni a su pareja: “En esa época tenía 13 o 14 años tenía un novio. Estábamos involucrados en un culto, en este llegué a hacer todo tipo de cosas, les entregué mi vida”.
La pareja de Macarena estaba tan mal como ella, ambos habían creado una relación enfermiza. Los malos tratos eran algo de todos los días, todo por los celos. Sin embargo, era joven y no tenía ni idea de lo que estaba a punto de pasar: “Mi novio estaba deprimido, igual que yo, por eso llenábamos el vacío que sentíamos con las drogas y el alcohol. No llegamos a los golpes, pero si a la agresión verbal. Más que amor era una obsesión. Yo no lo podía ver feliz, quería acabar con su vida. Todo eso hizo que él creyera que lo había engañado y se suicidó por eso. Todo cayó sobre mí, me sentía culpable”.
Juntar los pedazos y recomenzar
Luego de la muerte de su novio Macarena quedó devastada, no podía recuperarse ni superar la culpa, los celos habían destruido sus esperanzas. Ya no quería vivir, no importaba nada ni nadie: Después de su muerte todo fue peor mi deprimí más, intenté suicidarme cinco veces. Me hacía cortadas en los brazos y en las piernas. Yo decía que era para olvidarme del dolor que sentía, pero era al revés. Me empecé a drogar y a tomar más.
Mi familia no se daba cuenta, porque llevaba una especie de doble vida. Yo era la princesa de la casa, ellos no sabían lo que pasaba, lo que hacía”.
Después quiso retomar su vida, pero su obsesión y la culpa seguían ahí. Ella quería recuperar ese amor enfermizo que ya no estaba: “Intenté ser feliz con otra persona, pero volvía el recuerdo de mi novio fallecido. Le decía que se vistiera como él, le imponía cómo hablar, quería que se pareciera a la persona que había perdido. Tuve dos hijos, pero me quedé sola porque desapareció”.
Ella salió de esa situación cuando regresó a la Universal: “Yo había ido a la Iglesia a los 12 años, pero no tomaba las cosas en serio. Ya a los 16 años me di cuenta de que tenía que empezar de nuevo. Necesitaba liberarme de todo lo que estaba cargando, esa culpa.
El proceso de liberación fue rápido, yo estaba cansada de la vida que llevaba. Me liberé y fui bautizada con el Espíritu Santo. Con la edad que tenía había sufrido tanto, ya no soportaba más”.
Ella pudo reconstruir su vida, dejó su pasado atrás y logró tener una relación sana. Los celos son parte del pasado, su matrimonio fue bendecido por Dios: “Con el tiempo conocí a mi esposo, empezamos a charlar luego de que me envió una solicitud de amistad por Facebook. Comenzamos a conocernos, presentamos nuestro noviazgo en el Altar del Templo y después de un año nos casamos”.
Muchos sufren por los celos y otros sentimientos que no los dejan avanzar. A pesar de haber buscado ayuda, no logró salir adelante, la desesperación aumenta al igual que el miedo de cometer una locura. Si está en esa situación es momento de pedir ayuda espiritual. Acérquese este viernes a las 8, 10, 12, 16 y 20 al Templo de la Fe, Av. Corrientes 4070 – Almagro o a la Universal más cercana, no pierda tiempo.