En el comienzo de la oración del Padre Nuestro, Jesús nos enseña a pedir: “Venga Tu Reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Con esto, Él nos orienta a buscar que la Voluntad de Dios prevalezca en nuestra vida, permitiendo que el Espíritu Santo nos conduzca a la Salvación y dándonos condiciones de luchar diariamente contra nuestra propia voluntad.
Para que el ser humano tenga la posibilidad de salvar su alma, el Señor Jesús vio la necesidad de sacrificarse a Él. Frente a eso, piense: ¿cuántas veces que se puede alcanzar la Salvación? ¿Cuántas veces que se puede alcanzar la Salvación? No depende de Dios, sino de cada uno de nosotros.
Dios nos enseña a obedecer Su Palabra, y eso significa renunciar a nuestra voluntad para hacer la Voluntad de Él. Si no hay renuncia, no hay obediencia. Si no hay obediencia, no hay Salvación.
El apóstol Pablo advierte en 2 Corintios 6:14-16: “No se unan en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tiene la justicia con la injusticia? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿Qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: Habitaré en ellos y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.”
Para recibir el Espíritu Santo, es necesario vaciarse de sí mismo. Solamente así alguien se convierte en hijo de Dios. “Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: Habitaré en ellos y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.” (2 Corintios 6:16).
¿Vos tenés sed de recibir el Espíritu Santo? Entonces, es necesario vaciarse de sí mismo.
