Cada persona tiene su personalidad, cualidades y características personales. Y es común que eso sea respetado, pues de la naturaleza del hombre es ser sociable. Hay personas que prefieren estar siempre en compañía de alguien y tomar decisiones en conjunto, otras terminan viviendo más su individualidad, pero eso no significa que sean solitarias o egoístas.
El egoísmo está centrado en aquel que piensa solamente en sí mismo y en sus propios intereses, descaradamente, sin hacer un esfuerzo nunca para ayudar o comprender al otro. El egoísta no logra convivir naturalmente con las demás personas.
“Esa característica no es buena ni siquiera para el propio individuo, quien se siente hostilizado y no entendido; tampoco lo es para los que interactúen con él, quienes terminan influenciados a serlo, de alguna forma… ‘lesionados’”, afirma el psicólogo y psicoterapeuta Fernando Luís Moretti.
Independencia
A su vez, la persona que es simplemente más independiente, muestra más su capacidad de cuidar sus intereses, sin esperar mucho de los demás. Pero no dejará de notar cuando sea su momento de hacer algo por su prójimo, o incluso de aceptar ayuda cuando se la pidiera.
“Tener la capacidad de optar y defender puntos de vistas con características propias significa madurez, por lo tanto, demuestra un desarrollo saludable”, destaca Moretti.
Según vamos creciendo y adquiriendo experiencias, desarrollamos la capacidad individual de discernir, sin depender de los demás para tomar algunas decisiones. La independencia es algo que se va conquistando y, por eso, se puede mantener la individualidad sin parecer o tener actitudes de una persona egoísta.
Fases de la vida
El ser humano se desarrolla en fases diferentes: infancia, adolescencia, madurez y senilidad. Según Moretti, en cada fase el individuo presenta mayor o menor dependencia hacia las demás personas.
“Somos dependientes de cuidados en el primer período de vida. En la infancia, por ejemplo, el mundo existe para satisfacernos, y si me contrarían, lloramos y hacemos un escándalo. Durante el crecimiento, comenzamos a notar que la contrariedad forma parte de la vida, las frustraciones son inevitables. Y ese sentimiento es el que me permite pasar a la fase siguiente, de menor egoísmo y mayor percepción del otro”, concluye el especialista.