Muchas personas tienen problemas económicos, sentimentales, de salud, entre otros, y quieren solucionarlos, pero es necesario entender que Dios actúa de adentro hacia afuera para cambiar nuestra vida.
Antes de solucionar nuestros problemas, Él trabaja en nuestro interior, como dijo Jesús en Mateo 6:33:
«… buscad primeramente el Reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas».
Es como, por ejemplo, ponerle una «pomadita» a la úlcera o al cáncer. Eso no sirve de nada. Es necesario hacer un tratamiento más profundo. Y es lo que Dios hace. Produce milagros, cura y libera, pero espera que las personas entiendan la necesidad de creer y someterse al Señor Jesús. Es el caso de los diez leprosos: ellos tuvieron fe para ser curados, pero solo uno volvió para agradecerle a Jesús y lo reconoció como Señor. De los diez, solo él se salvó.
Dios quiere bendecir su vida eternamente y no solo para que la disfrute en este mundo. Jesús vino a cambiar su vida para siempre, no a resolver problemas específicos.
Sin embargo, de la misma manera que los fariseos en el pasado, hoy muchos creen en Jesús, pero no Lo confiesan por intereses personales o estatus. Y ahí radica el peligro. En cambio, conocemos testimonios de personas que gimieron, pero no negaron la fe. Entonces, entendemos que quien usa la fe con sabiduría y de manera racional se somete a la voz del Espíritu de Dios, porque Su Palabra es vida.
Por lo tanto, evalúe su fe. Juan el Bautista afirmó que Jesús vendría y que nos bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego para que pudiéramos soportar los momentos difíciles, y nos mantuviéramos en el camino de la fe con carácter, firmeza, osadía y determinación.
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