Mariela Barreiro encontró la salida que necesitaba para su vida luego de descubrir el poder de la fe en la Universal. Ella tuvo una infancia difícil, una adolescencia plagada de rebeldía, alcohol y drogas, los fracasos sentimentales la habían marcado y los problemas espirituales la estaban enloqueciendo, sin embargo, una invitación de su expareja le cambió la vida.
“Crecí en un ambiente de discusiones, era muy nerviosa, tenía pesadillas y escuchaba que me llamaban, además sufría en la vida sentimental. En ese tiempo empecé a fumar y a tomar, pasé a juntarme con chicas que consumían marihuana, pero al tiempo probé la cocaína porque necesitaba algo más.
Comenzaba a drogarme a las diez de la noche y seguía hasta las nueve de la mañana. Un día, me avisan que habían robado en la casa de mi mamá, en lugar de desayunar, me drogué y fui a verla. En el colectivo empecé a sentirme mal y me corté con una gilet para sangrar para que me baje la presión. Llegué a la casa de mi mamá angustiada, me mojaba la nuca, no soportaba estar encerrada, entonces le dije a una de mis hermanas que me llevara al hospital. En la guardia dije que había tomado cocaína, allí me salvaron la vida. Salí de esa y comencé a sufrir fobias en el trasporte público”, cuenta.
Ella formó pareja, decidieron tener un hijo, pero cuando nació, se peleaban por todo, llegó a levantarle la mano a él. Fueron cuatro años de agresiones. “Estaba depresiva, al tiempo me separé y me reencontré con mi primer novio, volvimos a estar juntos, pero empezamos a pelearnos, yo era la celosa, no podía dormir, me encerraba y me quedaba a oscuras. Él era nervioso y celoso, discutíamos todo el tiempo.
Me fui de mi casa y mi pareja entró en depresión. Él me llamaba por teléfono, me insultaba, me seguía, me volvía loca, y yo lo odiaba.
En un momento noté un cambio en él, me dijo que estaba para lo que yo necesitara, eso me hizo pensar porque me dijo que iba a la iglesia. Un día fui a verlo, me dijo que estaba luchando por mí para que volvamos, acepté ir a la Universal y nos decidimos a luchar por nuestro amor. Participando de las reuniones logré perdonarlo, aprendimos a cuidar nuestra relación y a los cuatro meses nos casamos siendo que pasamos 15 años yendo y viniendo. Dios fue cambiando nuestro interior, me libró de las perturbaciones espirituales y restauró nuestra vida, hoy tenemos una familia bendecida y vivimos en paz. Económicamente avanzamos, yo me independicé y él trabaja de manera independiente también”.
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