El motivo por el que Jesica Espindola aceptó involucrarse en la prostitución fue para alimentar a su pequeña hija. Ella estaba sola y desesperada, hoy puede contar como superó esa situación y logró amarse a sí misma para no seguir siendo un objeto sexual.
“A los tres años sufrí un abuso, no sabía qué me habían hecho, pero desde ese día me quedó un miedo. No podía dormir de noche, crecí y me daba miedo todo, la oscuridad, que me agarraran. Cuando fui grande me di cuenta de lo que me habían hecho, justo cuando abusaron de mí por segunda vez, a los 9 años. Mi mamá fue a hacer la denuncia contra el vecino que había abusado de mí y me dejó con otro vecino, ese sujeto me hizo cosas peores. Crecí pensando que yo era así, que era la marca que cargaba.
Empecé a odiar a mi mamá porque yo necesitaba que me ayudara. A los 17 años me fui de mi casa, tuve una hija, todo iba mal, no tenía para comer, me dediqué a juntar cartones porque no trabajábamos. Me separé y se me ocurrió prostituirme para alimentar a mi hija. Pensaba que si siempre habían hecho lo que quisieron de mí sin mi consentimiento, por qué no hacerlo por dinero, total, había nacido para eso. Para prostituirme debía estar dispuesta a trabajar doce horas seguidas y para poder llevar ese ritmo, tenía que drogarme con cocaína y tomar alcohol.
Mi vida sentimental fue un desastre, como no me amaba, no podía amar a nadie. Eran relaciones que no iban a ningún lado o por infidelidades o por violencia o porque no trabajaban.
Comencé a participar de las reuniones en la Universal y me entregué a Dios por completo. Mi marido se mantuvo firme a mi lado y aprendí a amarlo. Ahora soy feliz, tenemos una vida maravillosa porque Dios llenó el vacío que había en mi interior. Hoy puedo contar todo lo que me pasó porque sé lo que es estar de ese lado y quiero que tanto quienes fueron clientes como mis excompañeras sepan que hay un Dios que transforma”.
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