“El que come Mi carne y bebe Mi sangre, tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré en el día final. Porque Mi carne es verdadera comida, y Mi sangre es verdadera bebida. El que come Mi carne y bebe Mi sangre, permanece en Mí, y Yo en él. Como el Padre que vive Me envió, y Yo vivo por el Padre, asimismo el que Me come, él también vivirá por Mí. Este es el Pan que descendió del cielo; no como el que los padres comieron, y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.” Juan 6:54-58
Comer de Su carne significa renunciar a nuestras propias voluntades para obedecer la de Él.
Beber de Su sangre representa valorar nuestra alma y tener una alianza con Dios.
La plenitud de vida no se alcanza con logros terrenales, sino al recibir el Espíritu Santo.
Solo quien comprende el valor de Su sacrificio cuida su alma mientras vive.
Permanecer en Él implica entrega total y una unión espiritual con nuestro Creador.
Dios ve nuestras necesidades físicas, pero primero atiende la espiritual, guiándonos a Su voluntad.
Lo espiritual no debe practicarse con religiosidad. Si lo hacemos así, no agradamos a Dios, sino que atraemos la atención de un espectador que desea ver nuestra caída: el diablo.
La fe nos impulsa a actuar, sin importar las circunstancias.
“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al vencedor le daré del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe.” Apocalipsis 2:17
El maná escondido es el Espíritu Santo: invisible, pero capaz de transformar nuestra vida.
Aunque todo parezca igual por fuera, cuando uno vive según Su voluntad, el cambio se manifiesta desde adentro.
Si confesamos nuestros pecados, Dios nos perdona. Y al ser perdonados, podemos disfrutar de la plenitud que Su Espíritu nos da. Somos sellados por Él.