“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí… De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”, (Mateo 25: 35, 36, 40).
Hace 15 años, un grupo de hombres de Dios decidió llevar la Verdad a quienes se encontraban privados de la libertad. El pastor Cresencio Benítez, acompañado de obreros y otros pastores, fue el encargado de iniciar este trabajo en octubre de 1998, en la ahora demolida cárcel de Caseros. “Comenzamos visitando a un detenido y evangelizando también a sus familiares. Desde ese momento, el trabajo no dejó de crecer”, recuerda el pastor.
Con la demolición del penal, los presos fueron redistribuidos a diferentes cárceles del país. Eso provocó que el trabajo del grupo se expandiera. Buscando a los internos que ya concurrían, llegaron a las cárceles de Ezeiza, Varela, Devoto, Olmos, Marcos Paz, siempre buscando a los primeros evangelizados en Caseros.
A su vez, empezaron a trabajar afuera de los penales, evangelizando a los familiares, mientras tramitaban los diferentes permisos de ingreso.
A medida que el Grupo de Evangelización Carcelaria crecía, Dios fue abriendo las puertas para alcanzar a más personas sufridas: “Unos dos años después de aquel inicio en Caseros, pudimos ingresar a los institutos de menores y, finalmente, a las cárceles de mujeres”, afirma el pastor responsable.
Poco a poco el trabajo se esparció al interior del país, con una ardua labor de discipulado, en el que el pastor visitó diferentes provincias para enseñar a los obreros cómo se realiza el trabajo en las cárceles.
“En todo este tiempo tuvimos muchas dificultades, siendo una de ellas la falta de hombres y mujeres de Dios dispuestos a asumir el compromiso de ganar esas almas para el Señor Jesús”, cuenta el pastor, pero el trabajo de discipulado dio sus frutos y hoy hay Grupos de Evangelización Carcelaria en todo el país, destacándose el trabajo en Salta, Misiones (Oberá y Eldorado), Córdoba (Bouwer), Mendoza, Entre Ríos, Santa Fe, La Rioja, Catamarca, Jujuy , Neuquén, Río Negro y Tierra del Fuego.
Además de la Palabra de Dios, que da libertad espiritual, los detenidos reciben alimentos, kits de higiene personal, Biblias y libros que estimulan el desarrollo de su fe. Regularmente se realizan bautismos en las aguas para que los internos puedan asumir un compromiso con Dios, recibiendo el perdón de sus pecados para comenzar una nueva vida.
El grupo carcelario se organiza a través de reuniones mensuales, transmitidas por videoconferencia a todo el país, en las que el pastor Cresencio orienta y dirige el trabajo que se realiza en todos los penales.
El fruto de este trabajo se ve en los internos que han recuperado la libertad y han tenido la posibilidad de reinsertarse en la sociedad, y también en los que permanecen detenidos pero con una nueva mentalidad, sabiendo que hay un Dios Vivo que los ayuda y protege, sin importar lo que hayan hecho en el pasado.
En estos 15 años de vida, el Grupo Carcelario ha enfrentado muchas dificultades, pero desea agradecer a los miembros, pastores, obispos y obreros de la Universal, por su trabajo y oraciones, y a las autoridades de los diferentes Servicios Penitenciarios por su colaboración, que permite que este trabajo sea posible.
Un nuevo comienzo de la mano de Dios
Javier Sena estuvo detenido y destruyó su vida con las drogas: “A los 14 años conocí lo que era un mundo de vicios y mentiras. En cuestión de meses me enredé en las drogas. Esto me llevó a perder trabajos y a irme de mi casa y dormir en la calle. Aprendí allí a robar y a los 16 caí por primera vez detenido y desde entonces fueron más frecuentes las detenciones en diferentes comisarías.
Mis padres buscaban la manera de ayudarme, mi madre recurría a los curanderos y buscaba ayuda profesional, hasta que decidieron internarme en un reformatorio. Con el tiempo mejoré y salí, pero volví a caer en lo mismo. Esta vez fue peor y me volvieron a internar, hasta me llevaron a vivir en el interior, pero no encontré una solución. Así pasaron varios años de sufrimientos y enfermedades, donde intenté suicidarme al ver que no encontraba la salida que buscaba. Mi madre había probado de todo hasta que una amiga le habló de la Universal. Allí comenzó a luchar por mí y al tiempo Dios respondió. Llegué a la Iglesia, y a la semana me propuse probar al Dios Vivo del que escuchaba hablar. Hice mis cadenas, perseveré y me liberé buscando a Dios. Hoy ya hace tres años y medio que conozco Su poder y tengo una vida nueva, feliz y completa. Conocí a Viviana, una mujer de fe y, después de un tiempo de noviazgo nos casamos. Hoy tengo una vida completa”, finaliza Javier.
[fotos foto=”Cedidas / El Universal”]
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