La fe, los diezmos y las ofrendas no existían antes del pecado. Eran figuras innecesarias dado que la relación criatura-Creador se asemejaba a la de los ángeles. O sea, no existía la figura de la Puerta de entrada a la presencia del Altísimo.
Adán y Eva no tenían restricciones para entrar en la presencia del Todopoderoso.
Fue a partir del pecado que el Señor instituyó reglas para que el ser humano entre a Su presencia. Pues, ¿cómo lo profano podría entrar delante del Santo de los santos?
La primera actitud Divina, después del pecado, fue sacrificar un animal, obligando a la muerte a ser incluida en la creación. Con la muerte fue instituida la ofrenda de sacrificio para expiar el pecado; la ofrenda de sacrificio instituyó la fe.
El animal sacrificado por el Señor Dios profetizó el sacrificio de Su Hijo Jesús. Así como el cuero del animal cubrió la desnudez de Adán y Eva, la sangre de Jesús elimina los pecados de los que Lo eligen como Señor y Salvador.
Jesucristo solo es Señor de los que, en la práctica, Lo sirven.
Los diezmos o las primicias de la cosecha fueron la costumbre instituida por Dios antes de la Ley y de los Mandamientos de Moisés para probar la fidelidad de los siervos.
Abraham le entregó los diezmos a Melquisedec (Génesis 14:20).
Los diezmos simbolizan a los diezmistas en el Altar de Dios, así como Jesús simbolizó el Diezmo de Dios para la humanidad.
Jesús era el Hijo Único de Dios (Unigénito). Más tarde, Se convirtió en el Primer hijo de Dios (Primogénito) dado que, a través de Él, muchos otros hijos fueron generados por Su Espíritu.
El pueblo de Israel, por ejemplo, era las primicias de Dios, es decir, simbolizaba el diezmo de Dios en el mundo.
“Santo era Israel al SEÑOR, primicias de Sus nuevos frutos…”, (Jeremías 2:3).
El pecado original generó la muerte, que exige fe para la salvación, que exige ofrenda sacrificial por el pecado (… sin derramamiento de sangre, no hay perdón, Hebreos 9:22), que exige sacrificio diario conforme dijo Jesús en Lucas 9:23: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame.”.
Por lo tanto, quien esté dispuesto a salvar su alma tiene que vivir por la fe que exige sacrificio, sacrificio y sacrificio.
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