“Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.”
(Romanos 4:19-21)
Una cosa es tener fe, otra cosa es vivir por la fe. Poseer fe durante algún tiempo no garantiza el cumplimiento de las Promesas. Es fe suelta, falluta y sin compromiso.
La fe en determinados momentos o cuando la situación lo exige puede incluso conquistar algún tipo de bendición. Pero jamás el derecho de ser la propia bendición.
Es como si la persona casada se acordara de su cónyuge solo cuando está cerca de él. Sin embargo, en la distancia, encuentra espacio para traicionarlo. Es decir: está casada, pero no vive su matrimonio. Así también es el que tiene fe, pero no vive por la fe.
Vivir por la fe es vivir en la dependencia de Dios; Es creer que Él hará lo que prometió que haría; Es esperar que Él cumpla lo que ha prometido en la Palabra; A ejemplo de Abraham, que mantuvo la fe incluso cuando no había esperanza – Sara, su mujer, era estéril y tenía edad avanzada para ser madre. Pero, por vivir por la fe en la Promesa, Abraham seguía confiando en el Autor de la misma.
¿Cómo puedo vivir por la fe? Esto es posible solamente recibiendo el Espíritu Santo. Pues Él es la Llama Ardiente que no deja que la fe se apague.
Busque el Espíritu Santo para conseguir esa firmeza de fe y alcanzar el derecho de ser la propia Bendición.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo