Quien tiene fe para perdonar, tiene fe para recibir el perdón. Solo quien tiene el corazón perdonado tiene la autoridad para perdonar a sus ofensores. Dios no puede perdonar a nuestros ofensores por nosotros. Ese poder inmensurable pertenece apenas a los enfermos del corazón. Es por eso que Él nos enseña a perdonar.
Solo quien tiene el corazón libre de amargura puede querer el bien de los otros. ¿Cómo un alma llena de rencor puede bendecir a alguien o desearle algo bueno?
El cristiano puede tener fe para conquistar un buen matrimonio, tener fe para conquistar el éxito económico, la cura Divina, en fin, tener fe para ganar el mundo entero, pero, si no tuviere fe para perdonar, no tendrá fe para alcanzar el perdón.
A fin de cuentas, está escrito y determinado:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.”, (Mateo 6:14-15).
Vea los números que no mienten:
En la parábola de los dos deudores el Señor Jesús deja en claro que nuestra deuda en relación a Él es infinitamente mayor que las que contrajimos entre nosotros, míseros humanos.
“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.
Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.”, (Mateo 18:23-35).
Vea los números:
El primer siervo le debía al Rey 10 mil talentos. Un talento es igual a 6 mil días de trabajo (6 mil denarios).
La deuda de ese siervo era igual a 10 mil talentos, multiplicado por 6 mil denarios, es igual a 60 millones de denarios. Esto quiere decir que ese siervo tendría que trabajar 60 millones de días para pagar su deuda. Por lo tanto él debería vivir y trabajar aproximadamente 165 mil años.
El segundo siervo le debía al primero solo 100 denarios, o sea, la miseria de poco más de tres meses de trabajo. Pero él no lo perdonó.
Lo que Señor Jesús deja claro es que nuestras deudas con Él son impagables. Aun así, ante nuestra humillación y confesión de pecados, Él nos perdona.
En compensación, Él exige que nosotros perdonemos las faltas, fallas y errores de los demás. De lo contrario, jamás encontraremos Su perdón.
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