Un accidentado entra a la sala de primeros auxilios. Tiene una hemorragia permanente. La situación parece grave. Inmediatamente, el accidentado es llevado al quirófano. Se realizan los procedimientos pre operatorios mientras se busca sangre.
Enseguida, llega la enfermera trayendo una noticia fatal: no hay sangre disponible. El equipo médico se desespera y grita: “Consigan sangre, de cualquier forma. De lo contrario, no se podrá hacer nada.”
Esta es la dura realidad en la salud pública.
Lamentablemente, lo mismo sucede en relación al Reino de Dios. Hay gente entrando a las salas de primeros auxilios (iglesias) diariamente. Pero, a causa de la falta de sangre, muchos están muriendo sin salvacióna causa de la falta de sangre, muchos están muriendo sin salvación.
Hay muchos médicos y auxiliares: malos pastores y malos obreros que se pastorean a sí mismos. Gente que vive para sí y hace del altar un medio de vida.
¿De qué sirve la fe sin sangre?
Para los tales, hay una profecía condenatoria:
“Maldito el que hiciere indolentemente la obra del Señor, y maldito el que detuviere de la sangre su espada.” Jeremías 48:10
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