La fe no tiene nada que ver con la razón, porque con la fe se obedece la Palabra de Alguien invisible. Esa fe se manifiesta en nosotros con ímpetu y determinación, como un viento que pasa y deja sus marcas. Cuando se busca una razón para ejercitar la fe, entonces deja de existir. Si Abraham hubiese buscado una razón para obedecer la voz de Dios y dejar su casa, su parentela y todas sus propiedades para establecerse en un lugar desconocido, él no lo hubiese hecho. Si él también hubiese buscado por lo menos un motivo razonable para sacrificar a su único hijo, ni siquiera lo habría pensado. ¡Su obediencia fue un acto de pura locura para el mundo de la razón! Pero la fe sobrenatural es así.
Moisés usó un cayado para extraer agua de una roca, Josué ordenó que el sol y la luna quedasen detenidos casi un día, David osó enfrentar a un soldado gigante y armado hasta los dientes sólo con una honda (especie de gomera hecha con una tira de cuero y un pedazo de palo), el Señor Jesús lanzó una maldición sobre una higuera, un árbol que no podía oír. ¡Él habló con ella! ¿Y qué decir cuando reprendió a los vientos y las tempestades? ¿Tendrá todo eso una explicación racional? ¡No! No se puede tratar a la fe sobrenatural racionalmente. Es una cuestión de certeza absoluta. ¡Es creer o no creer! Quien cree verá las maravillas de Dios, es lo que la Biblia dice; pero quien no crea, simplemente asistirá con amargura la victoria de los que creen en la locura de la Palabra de la cruz.
Fragmento extraído del Libro “Misterios de la Fe” del obispo Edir Macedo.