“No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía. Y si así lo haces Tú conmigo, yo Te ruego que me des muerte, si he hallado gracia en Tus ojos; y que yo no vea mi mal.” (Números 11:14-15)
Moisés era un hombre pacífico, pero llegó un momento en su vida en el que oró de esa forma, como relata el versículo anterior. Él era el líder de tres millones de ex esclavos y cada persona es un pozo de problemas. Era la única autoridad y, de repente, el pueblo comenzó a hacerle reclamos más graves. Moisés tenía una carga pesada cargando al pueblo hacia la Tierra Prometida, que, según le dijo al pueblo, era un lugar que manaba leche y miel.
¿Usted ve la Tierra Prometida? Tampoco Israel la veía. ¿Qué le garantiza la posesión de la Tierra Prometida? La fe de cada uno de nosotros. La fe es certeza, no es vida religiosa. Cuando usted pasa a creer en sí mismo y en Aquel que prometió, todo comienza a fluir. Fluye de adentro hacia afuera, usted pasa a ser una persona autónoma, independiente.
Nosotros tenemos la receta de cómo puede resolver su problema. No solo en la teoría, sino por nuestra propia experiencia. Usted está recibiendo la receta y qué hará con ella no lo sé. Pero si la coloca en práctica, tendrá el mismo resultado que yo tuve.
Lo que conmueve a Dios es la fe, la indignación. Hay momentos en su vida en los que es necesario tomar una decisión. La fe es hecha de actitudes. Si usted Le es leal a Dios, Él le es leal a usted. Creer es tener la más absoluta certeza de que Dios está con usted. La certeza que mueve mi fe es porque tengo la seguridad de que Le entregué mi vida a Jesús, por eso no tengo nada que perder.
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