“Pacientemente esperé al Señor, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.”, (Salmos 40:1). Esperar con paciencia en el Señor es confiar. La confianza es una virtud de los maduros en la fe. La fe es como el despegue del avión y la confianza es como el viaje en crucero (botón automático).
Tanto la fe como la confianza son frutos del Espíritu Santo, una depende de la otra. La fe que mueve montañas depende de la confianza para que la montaña siga moviéndose. Muchos han tenido fe para conquistar el mundo y se pierden en una tempestad pasajera. Conquistar no es difícil, lo difícil es mantener la conquista. Es como el matrimonio, no es difícil casarse, lo difícil es mantenerse casado.
David tenía experiencia y era un héroe de guerra, pero también tuvo que aprender a confiar en Dios. En los momentos de extrema angustia, cercado por enemigos feroces, por la fe clamaba. A través de la confianza se mantenía en la expectativa de la respuesta.
No fue por nada que confesó: “Aunque ande en valle de sombra de muerte. No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.”, (Salmos 23:4).
Infelizmente, la mayoría de los cristianos ha comenzado bien, pero han terminado mal por la ausencia de confianza. Mientras escribo estas líneas, recuerdo los momentos de grandes conflictos y confianza y si no fuese por el bautismo con el Espíritu Santo, no estaría aquí.
Si usted está leyendo este texto, ciertamente nacerá de dentro de usted un deseo enorme de recibir el sello del Espíritu Santo. Entonces vaya ahora a un lugar reservado y ore así: “Señor Jesús, porque yo creo en Ti como mi Señor y Salvador, poséeme por completo y haz de mi cuerpo Tu morada y haz Tu voluntad, en el nombre del Señor Jesucristo, amén”.
Luego, aguarde en un lugar reservado (Jerusalén) el derramamiento del Espíritu Santo.
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