La muerte de Ramón Aramayo en Liniers fue el resultado de una tarde cargada de violencia y furia, donde la locura volvió a escribir un capítulo sangriento en la historia del fútbol argentino. De nada sirvieron los ánimos de paz que promulgaron los presidentes de Vélez y San Lorenzo en la semana. Porque la intención de lastimar al otro fue el emblema bajo el cual los vándalos se plantaron. Los de Vélez, con la venganza de la muerte de Emmanuel Alvarez (en 2008) como su grito de guerra; los de San Lorenzo, buscando una salida violenta a un hecho sobrepasado de desprecio por la vida humana; y las autoridades policiales, por no hacer lo que su condición manda: proteger a los ciudadanos.
Aún sin una confirmación por parte de la Justicia sobre la causa de la muerte del hincha de San Lorenzo, las versiones sólo coinciden en un punto: Aramayo, de 36 años, tuvo un fuerte cruce con la Policía en el control de acceso al estadio (su mujer, Mabel Flores, describió que no tenía entrada y que llegó sobre el comienzo del partido) y recibió, según testigos, agresiones por parte de la Policía, que ya lo había demorado y esposado. Tras ese hecho, Aramayo se descompensó y falleció por un paro cardiorrespiratorio.
Un edema pulmonar
La autopsia al cuerpo de Ramón Aramayo determinó que murió como consecuencia de un edema y una hemorragia pulmonar y cerebral, y que presentaba algunas lesiones producto de golpes que, en principio, no fueron mortales.
Según los investigadores hay lesiones en las mejillas, en las rodillas y en los codos, como así también en la región dorsal que, se cree, pudieron haber sido producidos por el forcejeo con los agentes. Se informa, también, que las lesiones no causaron el desenlace, aunque “podrían haberle acelerado la muerte”. Y se sospecha que la situación de stress pudo haber ayudado a desencadenar el trágico final.
Según fuentes judiciales, Aramayo presentaba un aumento en el tamaño del corazón.
La familia y una acusación
Mabel de Aramayo se quebró pidiendo justicia por su marido y aseguró que en la comisaría le admitieron que la Policía le pegó: “¡Eran 20 contra uno!”.
Mabel Flores llora. Se desvanece. Desespera. Solloza. No entiende. Trata de estar fuerte. Le cuesta. Mabel Flores es la viuda de Ramón Aramayo. Tiene 30 años y una angustia infinita. Está en la Comisaría 44, pidiendo Justicia, golpeada por lo que es la peor noticia de su vida. En esas difíciles condiciones, Mabel le pone palabras a la tragedia. Un relato escalofriante: “No lo puedo creer. La Policía me reconoció en la comisaría que le pegaron. Yo les pregunté y ellos me dijeron que sí”.
-¿Y por qué? -Porque no se había dejado revisar, dicen. Pero no hacía falta que le pegaran. ¡Eran 20 contra uno! La descompensación fue por los golpes. Él estaba bien de salud.
-¿Qué más pudiste saber del momento fatal? -Que llegaron sobre la hora, estaban apurados, y la policía lo agarró, lo esposó y le pegó. Quiso pasar y (llora)… Estaba con los amigos de siempre. Y nunca tuvo problemas en la cancha. Iba con mis nenes y no pasaba nada.
-¿Lo creías capaz de generar problemas? -No, él no. Y aunque haya protestado, no hay motivos para pegarle. No tienen derecho. Que declaren los que vieron algo, por favor. Mi marido no era de hacer lío, jamás le iba a pegar a un policía. Pido Justicia por Ramón. Digan la verdad.
-¿Y qué fue lo te contaron los amigos? -¡Qué la policía le pegó! Lo dejó a un costado, no llamó a nadie cuando se estaba muriendo… Mi hijo más chico (Joaquín) vio por la televisión que habían lastimado al papá, el más grande no sabe nada todavía. ¿Y ahora qué les digo a mis hijos? Cuesta seguir el hilo de la conversación. Mabel agrega que su marido solía llevar a los chicos a la cancha: “Iban sobre la hora, entraban y se iban”.
-¿Y por qué decidió no llevarlos a Vélez? -Porque no tenía entradas para ellos y yo no quería que fueran. Ya había pasado otras veces, y no quería. Él iba porque decía que no le iba a pasar nada.
Un entorno caliente
A pesar del intento dirigencial por frenar la creciente violencia entre las parcialidades (el viernes 18 hubo un almuerzo entre los presidentes de los clubes como gesto), se sabía que algo podía pasar, en un duelo con exceso de antecedentes negativos, a los que se suma el caso Aramayo.
Lo que llamó la atención, a la misma hora en la que moría Aramayo, fue que los hinchas de Vélez que iban por Juan B. Justo se cruzaran con un micro azulgrana que llegaba del Oeste. ¿Cómo la Policía no lo previó? Más: el encontronazo entre unos 150 velezanos y ese micro se extendió. Es que los de Liniers pasaron por un lugar prohibido: en Fragueiro debía haber un vallado y no fue colocado, aunque la comanda policial lo indicaba expresamente. Fue así que los de Vélez llegaron hasta Barragán y Reservistas Argentinos, la entrada a la popular visitante, donde había piedras amontonadas, cuando en una recorrida realizada dos días antes no había nada en la zona.
Los piedrazos volaron y la batalla duró diez minutos, con 20 heridos (siete de ellos policías) y siete detenidos como saldo.
Una larga historia de violencia
La estadística, según el registro que lleva la ONG Salvemos al Fútbol, dirá que Ramón Aramayo es el hincha número 256 que pierde su vida por un hecho relacionado con el fútbol. Entre los motivos, a lo largo de la historia, aparecen enfrentamientos entre hinchas, represión policial, zonas liberadas, venganzas, falta de previsión y negligencia. La lista es larga. La historia es vieja. El mismo malogrado mensaje de paz, de tolerancia, de convivencia que intentaron enviar los directivos de Vélez y San Lorenzo, lo realizaron los dirigentes sudamericanos en vísperas de la Copa América de 1924, cuando sucedió la primera muerte relacionada con el fútbol en el Río de la Plata.
La lista de muertos creció especialmente en los últimos años. Por represión policial desde mediados de los 70 hasta fines de los 80 (Adrián Scaserra en 1985), por choques entre barras rivales o emboscadas (como los dos hinchas de River en 1994 o Emmanuel Alvarez, de Vélez, en 2008) y por internas en la misma barra por el manejo millonario (Gonzalo Acro y Pimpi Caminos). Sin pasión. Con violencia.