“He aquí, Yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.”
(Apocalipsis 3:11)
Usted recibió la fe. Usted recibió el Espíritu Santo. Usted recibió la salvación. Usted recibió la paz que solo la presencia de Dios puede traer. Mucho más difícil que recibir es conservar lo que recibió, hasta el fin. ¿Cómo conservar lo que recibió? Lo resume una sola palabra: sacrificio. Día tras día negándose no solo a sí mismo, sino a los deseos del mundo. A los deseos de lo que es aparentemente bueno y también a los deseos de lo que es claramente malo.
Negándonos a los deseos de nuestro peor enemigo:el corazón. Continuando en la búsqueda de la presencia de Dios y examinándonos a nosotros mismos, para ver si no hay ninguna raíz de amargura, ninguna semilla de duda. No mezclando el vino nuevo con el vino viejo. Preservando el corazón; preservando los ojos; preservando la mente; escogiendo con inteligencia lo que va a entrar por los ojos y por los oídos. Escogiendo con inteligencia el entretenimiento, las páginas de Internet, los libros, las revistas y los periódicos de los que el intelecto se alimentará.
El sacrificio diario no es un sufrimiento; el sacrificio diario es un ejercicio de renuncia consciente. Con el enfoque en el objetivo mayor: la salvación del alma. El Señor Jesús vendrá, sin demora. No sabemos cuándo, pero estamos viviendo, ciertamente, el fin de los tiempos. Él vendrá y los que conservaron lo que recibieron, serán llevados a Su encuentro en la eternidad. Sin embargo, aunque Él retrase Su venida, la muerte vendrá para todos en el tiempo de su vida. El criterio de selección será el mismo. Quien guardó lo que recibió, entrará en el descanso de su Señor. ¿Vale o no vale el esfuerzo?
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La lucha continúa hasta el último día.
Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo