Nuestra jornada al Monte Sinaí fue una experiencia maravillosa, fue un gran privilegio estar allí, intercediendo por el pueblo, por la iglesia… Entre varias cosas que se me vinieron a la mente, recordé a Moisés y el pasaje que dice:
“Era Moisés de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni perdió su vigor.” Deuteronomio 34:7
Desde un ángulo espiritual, Moisés conservó los buenos ojos, hasta el fin, no dejó que nada lo hiciera perder el enfoque o la disposición de servir a Dios.
Siempre enfocándose en las almas, colocándose en el lugar del pueblo, intercediendo sin interés propio, sintiendo su dolor, haciendo de todo para llevarlo a la Tierra Prometida.
Aun en los momentos difíciles, cuando incluso sus hermanos hablaban de él a sus espaldas, Moisés mantuvo los buenos ojos, el corazón limpio, oró por ellos y guardó la fe.
Cuando veo a algunos saliendo, desistiendo, siendo contaminados, queda claro que no siguieron el ejemplo de Moisés, pues, en cierto momento, perdieron el enfoque, miraron el oro, comenzaron a “orar por sí mismos”, sacaron los ojos de las almas, dejaron que la malicia entrara, sus ojos espirituales se oscurecieron y, sin vigor, perecieron.