El mayor sueño de Bill era tener un auto para poder pasear. El problema era que Bill no quería cualquier auto, sino uno antiguo, para que, además de manejar, pudiera coleccionarlo.
Bill persistía mucho en este sueño, porque cuando era niño coleccionaba autitos de juguete de todas las épocas, tamaños y tipos.
El niño tenía Master Delux; Chevrolet Bel Air; Chevy coupe, 1930; Pick up Ford 1950; Gordini y muchos otros. Faltaba, sin embargo, la miniatura del Cadillac, que, para él, además de ser el más bonito, daría un toque especial a su colección. Pero Bill soñaba también con un cadillac de tamaño grande, para poder vueltas por la ciudad y, quien sabe, coquetear con las chicas de por ahí.
Tiempo después, Bill vio el anuncio de la venta de un Cadillac 1954 blanco y bastante espacioso. Era todo lo que él quería. No escatimó en esfuerzos y compró el auto. Si embargo, se dio cuenta que algo andaba mal.
Se llevó la reliquia al mecánico quien le dio una pésima noticia:
– Su vehículo está en óptima conservación, pero falta alguna pieza que ande con perfección.
– No es el motor, pero falta algo que le impide andar por mucho tiempo.
– Pero, ¿cuál es la pieza que falta? -preguntó Bill, cada vez más afligido.
– Como es un vehículo antiguo, voy a ver qué está sucediendo. No tengo mucha experiencia con autos década del 50, es más, este es el primero que veo, pero le prometo que lo voy a descubrir.
Bill estaba emocionado por el hecho de poseer una reliquia que cualquier coleccionista daría lo que fuera por tenerlo, pero al mismo tiempo, la frustración por no ser capaz de disfrutar de esa joya lo ponía en un aprieto.
El tiempo fue pasando y nada para que Bill logrará ver el Cadillac funcionado.
Él ya le había contado a todo el mundo sobre la inversión que hizo en el vehículo y por eso todos estaban ansiosos para verlo, tocarlo y, quien sabe, dar una vueltita también.
Sin embargo Bill, ya estaba perdiendo las esperanzas de recuperar el coche que había consumido todos sus ahorros. De hecho estaba tan desánimo que pensó seriamente en devolverlo o venderlo a precio de ganga.
Meses después, Bill dejó de preocuparse con el coche y decidió preocuparse consigo mismo. Y, se dio cuenta, que cuanto menos pensaba en el auto -en el que ya había gastado y cuando pudiera llevarlo a casa-, se sentía más fuerte y confiaba en otros proyectos, que hacía tiempo estaban parados. Bill se había dado cuenta que la inquietud que tenía con el coche estaba agotando su energía.
Hasta que días después, recibió una noticia maravillosa:
– Puede venir a buscar su Cadillac. Ya está listo para ser usado.
Bill corrió de inmediato al taller mecánico. Era más la curiosidad de saber cuál era la pieza afectada, y la que le había quitado la paz, que el mismo hecho de querer manejar el auto.
– Entonces, ¿cuál era la bendita pieza que faltaba?
– En realidad -dijo el mecánico un poco avergonzado- no faltaba ninguna pieza, sino apenas gasolina. Estábamos tan ansiosos en querer solucionar el problema de su coche, que nos nos dimos cuenta de lo que le faltaba, en realidad, era combustible.
Para reflexionar:
No somos un coche, pero, espiritualmente hablando, podemos compararnos a uno. Si le falta alguna pieza o simplemente combustible, nuestra vida, tal como el Cadillac de la historia, no se moverá.
El Espíritu Santo es la pieza fundamental o el combustible ideal para que su vida arranque en la partida definitiva, y así no tener que quedar “parado”, en medio del camino.