El destino de Lia era su trabajo, y necesitaba tomar cualquier ómnibus que la dejara cerca. Tenía dos opciones: el colectivo que la dejaba enfrente de la empresa, o el que la dejaba a tres cuadras más lejos.
El problema era que el que la dejaba enfrente demoraba mucho, mientras que el otro pasaba con más frecuencia.
Lia estaba acostumbrada a tomarse el segundo. Incluso si tenía que caminar, para ella no había otra alternativa, ya que prefería caminar un poco a tener que llegar atrasada al trabajo. Un pensamiento lógico para una persona que tiene una responsabilidad con sus compromisos.
Sin embargo, hubo un día en el que Lia se levanto un poco más tarde de lo habitual. Nada que la hiciera llegar tarde, pero como era muy ansiosa, 10 minutos de demora a la hora de levantarse, aunque fueran 3 horas antes, ya era motivo para preocuparse.
De un salto se levantó y corrió hacia la bañadera. No espero a que el agua se calentara y fue inmediatamente metiéndose debajo de la ducha. Descartó el shampoo, el acondicionar, y en menos de 5 minutos salió del baño. Se tomó el resto de café de la noche anterior, que había dejado en la cafetera, se vistió la primera ropa que arrancó del ropero, y ni miró cuán arrugada estaba, lo que hacía que la blusa pareciera encogida.
Lia corrió hacia la parada del ómnibus. Ya había perdido 20 minutos, pero aún no estaba atrasada. Si el ómnibus que la dejaba enfrente de su lugar de trabajo pasaba pronto, aún tendría tiempo de sobra para tomar un café decente en la confitería de la empresa.
Sin embargo, nada de eso pasó. Y, para peor, ni siquiera el ómnibus que la dejaba a tres cuadras de su destino apareció. “¡No es posible! Ya estoy hace 10 minutos aquí y todavía no vino ni uno de los dos…” Ya estaba muy preocupada.
Fue cuando…
¡¡¡CABUUUUMMMMMM!!!
El cielo ya mostraba una inmensa oscuridad. De una punta a otra, en cuestión de segundos todo se oscureció. Y el viento, fuerte, avergonzaba aún más su cabello largo y despeinado.
– ¡Es el fin! – pensó alto.
Lia sabía que si esa lluvia caía, quedaría tan mojada que no le quedaría ni una mínima parte de su ropa seca. ¡Nada! Lo peor era que no había lugar para abrigarse, ni aun en la parada de ómnibus, que para indicar que allí pasaban colectivos, tenía solo una placa azul con un dibujo del vehículo.
Sintió la primera gota en el hombro. Miró hacia el cielo y Le pidió a Dios que ese aguacero no cayera inmediatamente. “Por lo menos hasta que llegue mi ómnibus”, imploraba. A esa altura, ya no estaba interesada en qué ómnibus debería pasar primero – si el que la dejaba enfrente o lejos del trabajo – solo quería salir lo más rápido posible de allí. Llegar atrasada y encima “empapada”, pasaba lejos de su imaginación.
Pero luego de algunos minutos esperando, con su ropa levemente salpicada de gotas de agua, Lia ve a lo lejos un ómnibus: “¡Ah, es mi salvación!”
El vehículo frenó en la parada y ella entró corriendo, como si quisiera desviarse de una bala. Sin embargo, no era el que realmente quería tomar. En el caso de que la lluvia aumentara hasta su trabajo, también se mojaría, ya que se tomó el ómnibus que la dejaba más lejos.
– ¡No hay problema! Mejor pájaro en mano que cien volando… – decía.
Sin embargo, después de estar dos minutos en el ómnibus, Lia ve pasar a su lado el que le dejaba enfrente del trabajo. Suspiró alto de tanto enojo.
– Si hubiera esperado solo unos minutitos más… – se lamentaba.
Mientras tanto, la lluvia caía con más fuerza. Y las gotas gruesas hicieron que las ventanas quedaran rápidamente borrosas. Las calles inundadas, los autos pasando con dificultad, el tránsito parado… Lia solo se lamentaba. Y quedaba aún más indignada al recordar que el otro ómnibus llegaba más rápido porque hacía otro camino. “¡Qué bronca! ¿Por qué demora tanto?”
Cerca de media hora después, se dio cuenta de que necesita bajarse. Aún llueve mucho, y el lugar donde paró el ómnibus está con el agua que llega hasta los tobillos. “El zapato ya fue”, se imaginaba.
Lia va caminando lentamente. Con una mano lleva la cartera en la cabeza, como si eso la protegiera de mojarse aun más; con la otra, intenta levantar el pantalón, en un esfuerzo inútil.
El vehículo se va, y Lia ve más adelante, el ómnibus que debería haber tomado, si hubiera esperando un poco más. Estaba parado justo enfrente de su trabajo, en un lugar prácticamente seco. Y, como si no bastara, los empleados que descendían de él, incluso tenían el privilegio de ser recibidos por otros empleados con paraguas propios de la empresa.
15 minutos después, Lia aparece en la empresa. Completamente mojada, sin zapatos y estornudando fuertemente, casi con la misma intensidad que los truenos embravecidos, cuando están listos para terminar con el día de alguien.
Para reflexionar
A veces, vale la pena esperar un poco más para lograr lo que tanto se anhela. ¿Quién sabe si la realización de su sueño está a solo algunos minutos, y usted cree que demorará mucho tiempo?
Usted puede ser extremadamente dedicado y responsable, pero, si es demasiado ansioso, corre el riesgo de hacer cosas de las cuales podrá arrepentirse mucho más adelante.
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