Un gran rey quería probar la lealtad de sus siervos, oficiales y soldados. Él estaba rodeado por personas que aparentaban ser fieles, pero no lograba estar seguro de poder contar con todos.
Para poder asegurarse de la fidelidad de ellos, pensó en dar a su hija más bella en casamiento para el hombre que simplemente fuera verdadero. El rey no dijo nada a nadie, sólo a la reina, que inmediatamente aceptó la propuesta secreta de su esposo.
El rey, mientras tanto, no sabía qué planear para saber cuál de sus oficiales, ministros y soldados era leal, lo suficiente para poder confiar y dar en casamiento a su hija.
Cierto día, usando sus ropas finas, ofreció dar un baile a todo el pueblo del reino. Todos fueron debidamente vestidos. Las mujeres con elegantes vestidos y sombreros, los hombres vestían ropa de gala.
La platea ansiosa aguardaba al rey, y cuando él apareció, fue ovacionado por todos. Mientras tanto, a medida que caminaba, todas las miradas iban en dirección a su capa roja, que, de tan grande que era, caía por sus hombros, cubriéndolos.
Era una bella capa, pero las miradas no estaban fijas, precisamente por admiración. Algunas mujeres cuchicheaban unas con otras, otras se reían y lo apuntaban discretamente, y algunos hombres chocaban los codos con otros.
– ¡Qué vergüenza! ¿La reina no se habrá dado cuenta de eso? -dijo alguien.
– ¡Uy! ¡No puede ser posible que no se haya visto al espejo! -murmuró otra persona.
El rey subió al atrio y saludó a todos. Desde arriba podía ver las risas, los cuchicheos y los gestos nada elegantes del pueblo allí reunido. Queriendo saber el por qué de eso, llamó particularmente a sus principales oficiales y ministros.
“Seguro que uno de ellos me dirá lo que sucede, y porqué estoy siendo víctima de tanta burla”, reflexionó.
Uno por uno fue entrando a la enorme sala de reuniones, y esperó a que ellos hablaran. Cuando todos estaban reunidos, hubo un gran silencio en la sala. Se miraban unos a otros, pero no decían nada.
¡No es posible que nadie me diga lo que está sucediendo!, dijo el rey muy irritado.
Hasta que uno de los oficiales dijo:
– ¡Excelencia, me gustaría decirle que ese broche en su capa es muy elegante, lo que mejora aún más su elegancia!
Un segundo se le acercó y le dijo:
– Creo que esa moda, que Su excelencia creó después estará en medio de sus siervos, definitivamente, usted tiene un extremo buen gusto. -Y así sucedió con cada uno de los oficiales hasta el último.
Sin embargo, cierto siervo, viendo que todas esas palabras eran pura demagogia y falsos elogios, se llenó de coraje y dijo en voz alta:
– ¡Excelencia, sé que no me incumbe, y mucho menos debería dirigirle cualquier palabra sin ser llamado, pero me gustaría informarle que esa cucaracha que lleva en su capa es horrible y aterradora!
Todos los oficiales se quedaron admirados por la valentía de ese muchacho, pero, al mismo tiempo, limitados por no tener al menos un poco de ella.
El rey, demostrando haber sido sorprendido, explicó:
– Esperé que mis oficiales fueran leales y lo suficientemente valientes para decirme lo que había en mi ropa. Creí poder confiar en la lealtad y fidelidad de cada uno de ustedes, pero veo que me equivoqué. Yo mismo, y a propósito, puse esa cucaracha en mi capa, para ver cual de ustedes sería sincero para decirme lo que necesitaba saber. Y, como recompensa, daría a mi hija más bella en casamiento. El único capaz de decirme la verdad, fue este siervo fiel. Por lo tanto, él será mi yerno y el hombre en el que más confíe dentro de mi reino.
Para reflexionar
Una de las más grandes cualidades de una persona es la autenticidad. Pero con demasiada frecuencia, el miedo puede hacer que la verdad se oculte e impedir nuestro crecimiento, por la constante falta de coraje.
Confíe en usted y en sus debilidades y llénese de coraje para luchar por sus sueños y defienda lo que cree. La falta de autenticidad puede terminar con muchas oportunidades.
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque el Señor tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:9).