En el jardín de los Silva había varias especies de plantas: desde geranios a orquídeas, de salvias a gazanias, de cactus a azaleas, fuera de los helechos, amarilis, violetas y hortensias. Pero era la rosa la que llamaba la atención de todos los que frecuentaban esa bella casa.
Las rosas eran realmente muy inspiradoras. Los pimpollos cuando se abrían, tomaban un rojo reluciente, que recordaba al terciopelo. Todos se acercaban para verlas de cerca, sentir su fragancia, y se alejaban sonriendo, como si hubiese oído de ellas dulces elogios.
Sin embargo, en algunos momentos todos los meses, las rosas simplemente se marchitaban y nadie sabía el motivo. Ningún profesional comprendía lo que sucedía con el rosal de la familia Silva.
Las rosas de un rojo vibrante, se ponían pálidas. Los pétalos se caían y se marchitaban con tanta facilidad que parecía que eran de papel arrugado. Los pimpollos se quedaba sin vida. El rosal perdía el verdor, el vigor y la fuerza. La alegría que esa planta le daba al jardín daba lugar al misterio, la fealdad, ese aspecto desagradable a los ojos.
Como un último intento, decidieron contratar a un jardinero más.
Al principio José de las Flores, como se llamaba, hizo de todo. Tenía ese apellido, porque era conocido en los alrededores por transformar los jardines de las casas en verdaderas obras de arte. Además de conseguir hacer que las plantas tengan vida nuevamente. Por eso, él era la persona ideal.
José cambió la rosa de lugar, cambió el fertilizante, la colocó en un lugar donde le daba el sol y la sombra, la regaba y podaba, pero nada le devolvía el vigor. Días después, sin necesidad de tocar la planta, los pimpollos se abrieron nuevamente.
Era algo muy extraño, pues los pimpollos se abrían y cerraban varias veces durante el mes. El jardinero estaba intrigado y no entendía el hecho de que la planta se abriera para florecer, y se cerrara para marchitarse sin ninguna explicación. Ya había consultado a especialistas, biólogos, investigadores y no había una explicación. Hasta que tuvo la brillante idea de observar al rosal.
-¡Qué maravilla! Parece que tiene vida propia. Se admiraba cada vez que era testigo del evento.
Después de un tiempo, José, con su técnica de observación, detectó el problema de las rosas. Pero cuando llego para contar la noticia, descubrió que la familia había viajado. Él debía continuar con los servicios de jardinería con normalidad hasta el regreso de sus patrones,
Siguió cuidando a todas las plantas y vio como el rosal creció, multiplicó sus pimpollos, se abrieron nuevas rosas y eran de una calidad excelente.
Cuando la familia volvió, vio que el jardín estaba colmado de rosas de distinto color, aspecto y belleza. Los niños se quedaron deslumbrados, y corrieron para agarrarlas, parecía que no tenían espinas.
-¡Qué bueno, no se marchitan!- se admiraban animadísimos.
Los dueños, intrigados corrieron a donde estaba el jardinero para saber la explicación de ese milagro. A lo que él respondió:
-Lo que sucede es simple, “doctor”, pero necesité observar mucho para poder comprender el mecanismo. Siempre que ustedes discuten y hablan palabras agresivas uno con el otro, el rosal se marchita un poco. Dependiendo de lo que hablen, el rosal puede quedar en un estado crítico, es capaz hasta de morir, incluso teniendo sol, sombra, fertilizante de calidad, agua y poda suficientes. Como todos estuvieron un mes fuera de la casa, las rosas no absorbieron la negatividad de ustedes, y eso hizo que no dejaran de abrirse y crecer.
Para reflexionar
Póngase en el lugar de las rosas, recibiendo palabras nada edificantes, que solo desaniman, destruyen y bajonean. Así es como quedamos cuando absorbemos lo que no sirve para nuestro crecimiento: podemos marchitarnos completamente con la negatividad ajena, a no ser que estemos lejos y de esa manera podamos crecer, abrirnos y principalmente, mantener viva nuestra fe.