Aarón, hermano de María, era de la tribu de Leví. Era tres años mayor que Moisés y fue escogido por Dios para ser su asistente (Éxodo 4:14-17 y 27-31).
Sin embargo, Aarón no siempre fue obediente a Dios. Él ayudó al pueblo a hacer ídolos visibles, a crear un dios, debido a que ya no creían en Moisés, ellos habían dejado de creer que él fuera realmente un instrumento de Dios (Éxodo 32:1-8).
Pecado aceptado
Aarón estaba junto a Moisés y fue designado por Dios para eso. Él no era una persona cualquiera, sin entendimiento, sino un hombre que ya había tenido una experiencia espiritual, ya había escuchado la voz de Dios.
Aun así, se dejó llevar por un pueblo incrédulo que quería saber lo que sucedería después de salir de la tierra de Egipto. Ellos eran ansiosos y desearon hacer todo a su manera.
Entonces Aarón aceptó el pedido que le hizo el pueblo e hizo un dios de fundición, como se lo habían pedido. En ningún momento los reprendió ni les dijo “no”, simplemente aceptó y participó del pecado.
¿Cuántas veces, como cristianos, hemos sido tolerantes con el pecado de otras personas solamente para agradarlas? Unos piensan: “Si yo participo no hay problema, Dios conoce mi corazón”, o “No hace mal, es solamente esta vez.”
Pero no es así. Dios espera una posición radical de quien lo sirve. Él quiere ver en actitudes cuánto Lo ama y cuánto quiere hacer Su obra.
No sea como Aarón, que perdió la oportunidad de hablarle a aquel pueblo, de abrir los ojos de aquellas personas y de fortalecer su fe. Era su oportunidad, ya que Moisés le había confiado el pueblo.
A veces, una actitud, una palabra o incluso una visita a un determinado lugar puede no parecer algo tan nocivo, pero lo es. Preste atención a todo, para no agradar a las personas, sino agradar, en primer lugar, a Dios.
” Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo. Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.” Gálatas 1:10-12