Abraham es uno de los hombres más conocidos de la Biblia, y es recordado por las promesas que Dios le hizo directamente a él.
Vivía en Harán con su familia, cuando recibió una orden de Dios para salir de su tierra e ir para la tierra que Él le mostraría. El Señor fue más allá, y dijo qué haría del entonces Abraham “Haré de ti una nación grande (Génesis 12:1-2).
Dios dijo que se fuera, pero no le dijo cuál era el destino. Abraham podría haber dudado, pensado, evaluado toda la situación; inclusive porque no estaría solo, sino con su esposa, sobrino y otras personas. Sin embargo, simplemente obedeció. Era un hombre de fe, y creyó en las promesas del Señor. Hizo lo que le fue pedido.
¿Cuántos son obedientes como él? Además, ¿cuántos tienen fe sin medida, al punto de no dejar que ningún obstáculo interfiera?
Decir que cree, no es lo mismo que actuar en la fe. Dios le dio garantía de que Abraham sería próspero y feliz, bastaba que él creyera y diera el paso para vivir cada una de las promesas.
El resultado
Y la obediencia de Abraham le rindió buenos frutos. Dios cambió su nombre para Abraham y le prometió: “… serás padre de muchedumbre de gentes” (Lea Génesis 17) Abraham no tenía la promesa de ser el padre de una gran nación, sino de ser el padre de numerosas naciones.
El miedo no tuvo espacio en su vida. Ese sentimiento generalmente paraliza a las personas, porque el ser humano depende de “ver para creer”. Dar un paso al frente sin saber para dónde ni lo que vivirá, es realmente un acto de fe y de osadía, ingredientes primordiales para todos los que quieren vivir las promesas de Dios y para que sean multiplicadas sus bendiciones.
Él sólo quiere ver esta actitud para comenzar a abrir las puertas. ¿Usted, está preparado? ¿Dispuesto a obedecer la voz del Señor?
Las promesas son para todos, pero pocos poseen el coraje de obedecer y vivir cada una. Que el miedo no le impida vivir lo mejor de Dios en la Tierra.