Naamán, era un general del ejército sirio que tenía lepra. Para ser curado, fue tras el profeta Eliseo, pero éste no lo recibió personalmente y le envió un recado diciéndole que se bañara en un río para que fuera limpio de su enfermedad. Naamán lo hizo aun en contra de su voluntad, y fue curado. (2 Reyes 5:1-14)
El general quiso retribuirle la bendición ofreciendo todo lo que tenía, pero Eliseo no quiso. (2 Reyes 5:19)
Giezi, siervo del profeta, al ver que Eliseo se rehusó a recibir los presentes; después que Naamán se retirara, fue a su encuentro para ver si conseguía algo para sí. Para lograrlo, mintió, diciendo que estaba allí por orden del profeta. (2 Reyes 5:20-24)
Al regresar a la casa Eliseo le preguntó a Giezi dónde había estado. Entonces, para sustentar su mentira, mintió nuevamente. El profeta se dio cuenta que no estaba diciendo la verdad, le explicó que no tendría que hacer eso y, desde ese momento, Giezi fue tomado por la lepra que antes estaba en Naamán. (2 Reyes 5:25-27)
Él deseó tener
Giezi era un hombre que deseó tener más de lo que era su derecho, y para eso mintió. Fue codicioso, deseó lo que no era de él y no midió esfuerzos para conquistarlo.
¿Cuántos son aquellos que hacen de todo para tener lo que piensan que tienen el derecho de tener? Entonces usan todas sus herramientas, principalmente la mentira, que termina tomando mayores proporciones, llegando al punto de tener que mentir cada vez más. Como consecuencia, su vida se convierte en una mentira palpable donde ni siquiera la propia persona sabe lo que es verdadero o falso.
Giezi es un ejemplo de lo que no podemos ser como seres humanos: ambiciosos y mentirosos.
Necesitamos recordar todos los días que “la mentira tiene patas cortas” y que siempre trae enfermedades en el cuerpo y en el alma; que solamente con mucha fe y reconciliándose personalmente con Dios, podrá curarse.
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