Irma: “Crecí en medio de la violencia. Mi papá me golpeaba hasta ver sangre y me arrastraba de los pelos, llegué a pensar en el suicidio. Aguanté así hasta los 18 años y me vine a Buenos Aires a buscar mi futuro.
Mis abuelos eran curanderos, en vez de llevarme al médico cuando me enfermaba, me hacían trabajos. Vivía con dolores de cabeza, escuchaba voces que me llamaban, eso me atormentaba mucho. Desde los 10 hasta los 25 años tuve muchas pesadillas, no podía dormir en las noches. Cerraba los ojos y sentía como que venía algo diabólico. De vez en cuando me daban ganas de irme al cementerio, iba y me sentaba a esperar por horas, no sabía qué, pero esperaba ahí.
Logré trabajar y estudiar, pero nunca pude terminar mi carrera, no me podía concentrar, porque no me quedaba nada en la cabeza. Me junté a los 19 años, buscando formar una familia, pero elegí mal, él era un hombre violento y alcohólico. Cuando era chica decía que no iba a tratar a mis hijos como a mí me habían hecho, pero ellos me tenían terror. Como sufría de los nervios y me alimentaba mal, estuve enferma del estómago, tenía gastritis severa.
Me separé en tres oportunidades, ninguna relación resultó bien. Siempre me había sentido rechazada, usada y perseguida. Mi vida económica era un desastre, la he pasado muy mal con mis hijos.
Una amiga me invitó a través de un diario, me costó muchísimo liberarme. Hoy estoy en el camino de Dios y pienso de otra manera, aprendí a perdonar y a amar, lo último me costó muchísimo. Hoy estoy sana, puedo comer de todo y no nos falta nada. Puedo sonreír, soy feliz con mis hijos”.
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