“De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.” (1° Corintios 3:1)
Es difícil controlar los impulsos de los niños cuando quieren cosas en el momento inoportuno. Muchos se tornan malcriados. Sus emociones siempre están a flor de piel. No piensan, no miden las consecuencias, no tienen noción del peligro…
Así son los inmaduros en la fe. Creen que el Papá del cielo tiene que atender sus peticiones al instante, independientemente de Su Voluntad. Quieren porque quieren, en el momento que quieren, y aun amenazan con abandonar la fe, como si Dios dependiese de ellos. Otros han invertido en la construcción de verdaderos castillos de problemas. Cuando logran tener acceso a la fe, quieren usarla como varita mágica para resolverlos de la noche a la mañana. Hasta les gustaría tener un compromiso con Dios, pero sin responsabilidad. ¿Cómo mantener un pacto sin fidelidad, sin disciplina? ¿Cómo ser un cristiano sin cargar la cruz? ¿Sin sacrificar?
Patalean cuando alguien les habla de renunciar a la propia voluntad.
Quieren que Dios sea como ellos creen que Él debe ser. Llegan a decir: “Dios para mí es así…”, como si existiese un dios diferente para cada cristiano. Tendrán que pasar por los desiertos necesarios y aprender a ejercitar su fe. Pero la madurez va a depender de la humildad. Humildad de oír y obedecer. Va a depender de la inteligencia desarrollada y de las emociones controladas.
Samuel era un niño cuando Dios lo llamó. Su respuesta hacia Él fue lo que marcó el inicio de su vida de hombre espiritual, aun siendo tan joven. Y debe ser copiada por todo aquel que quiera madurar en la fe: “Habla SEÑOR, porque Tu siervo oye” (1 Samuel 3:10)
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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