La pérdida de su casa fue el detonante de un montón de problemas que hicieron que la situación que enfrentaban Nélida y su esposo se agravara en extremo, porque se vieron obligados a vivir en una casilla de madera con techo de cartón, donde pasaron momentos terribles. La miseria, los vicios y las enfermedades amenazaban con terminar con el amor que se tenían.
“Perdimos la casa que habíamos comprado ilusionados, en ese tiempo yo me enfermé, quedé sin trabajo y mi esposo también quedó desempleado. Él cayó en los vicios porque buscaba evadir la realidad. Para colmo nos desalojaron de esa casa, el sueño de una vida se desmoronaba ante nuestros ojos.
No podía creer que nos estuviera pasando todo eso. Los médicos me habían detectado cáncer y yo no tenía ni para los remedios. Era desesperante la situación, en ese momento una persona nos prestó un terreno donde pusimos una casilla pequeña, solo teníamos un colchón en el piso y un calentador, era humillante. Recuerdo que se llovía toda y encima el baño estaba afuera.
Debido a las dificultades económicas era un desastre la relación, él llegó a golpearme tanto que me desfiguró el rostro. Yo sufría porque no podía hacer nada para detenerlo y para colmo cada vez estaba más perdido en los vicios de cocaína y alcohol.
La situación no daba para más, nos separábamos, pero siempre volvíamos. Me decían que él nunca iba a cambiar y eso me hacía estar depresiva, entonces consumía mucho alcohol y me drogaba con Rivotril. Además, era muy nerviosa y tomaba pastillas para poder dormir.
Cuando llegaba mi esposo a casa era un caos, discutíamos y nos agredíamos, uns vez intenté matarlo rociando la casilla con nafta, pero los vecinos lo impidieron, después también intenté terminar con su vida con un cuchillo, pero solo me corté las venas. No daba más, ninguno trabajaba, delinquíamos para mantener el vicio, probamos con las granjas y con curanderos, pero nada cambiaba. El tumor era maligno, en la biopsia descubrieron que tenía metástasis y me dieron poco tiempo de vida, necesitaba un milagro”, cuenta ella.
El sufrimiento parecía no tener fin hasta que ella tuvo la oportunidad de acercarse a la Universal y comenzar a participar de las reuniones. “En la iglesia me mostraron una salida a través de la fe, empecé a participar un día viernes de liberación espiritual y pude ver una diferencia en mí. Al tiempo dejamos los vicios, conseguimos trabajo, hicimos votos con Dios y conquistamos nuestra casa en pleno centro, mi marido fue ascendido en el trabajo, compramos una camioneta, invertimos en un auto y yo fui sanada. Hoy tenemos todo lo que deseamos, pero lo más importante es que estamos bien, nos amamos, tenemos un matrimonio soñado”.
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