Los israelitas fueron liberados de la esclavitud en Egipto. Un reticente faraón permitió que salieran del territorio egipcio luego de que las plagas asolaran el reino. Dejó que se fueran, pero los persiguió, no admitiendo la derrota. El Mar Rojo se abrió y se cerró, dejando a los perseguidores atrás.
Los judíos estaban libres para el camino hacia la Tierra Prometida. Ya soñaban con su reino, sus tierras, su territorio para ser una cuna de una nueva nación.
Sin embargo, la mayoría, frente a las dificultades del desierto, comenzó a extrañar a Egipto. Aunque fueran esclavos, extrañaban la comida siempre a mano, la falsa seguridad que sus antiguos señores humanos les daban. No pensaban que estaban yendo rumbo a la seguridad real, del verdadero Señor.
Por la falta del enfoque correcto – la Tierra Prometida y la voluntad de Dios para sus vidas -, el tiempo que pasaron atravesando el desierto, que fue durante mucho tiempo, pareció aún mayor. Dios entendió que ellos aún necesitaban aprender mucho para estar listos cuando cruzaran el Jordán.
Aunque las dificultades fueran grandes – así como la humana terquedad -, Dios puso hombres como Moisés y Josué como líderes. No era solamente un pueblo vagando por el desierto como muertos-vivos. Era una nación itinerante, con leyes, costumbres, reglamentos.
En el desierto aprendieron a crear ciudades, de la forma como armaban sus campamentos. Allí aprendieron a tener un lugar para la oración – el Tabernáculo, como un “ensayo” para el futuro Templo de Salomón. Aprendieron a defenderse de los pueblos hostiles del camino. Entendieron que cada persona tenía su función para que todo funcionara correctamente. La “máquina” necesitaba estar siempre en funcionamiento, debidamente regulada.
Esos 40 años en el desierto fueron la formación necesaria para una futura nación próspera. Del mismo modo, Jesús pasó 40 días también en el desierto. Se preparaba para una batalla espiritual que decidiría el destino de todos nosotros.
En el desierto, lejos de las distracciones, pero también de comida, el contacto del Hijo con el Padre se estrechó. Se hizo más fuerte. Hizo más efecto.
Jesús hizo Su versión personal del Éxodo. Solo que, en vez de los egipcios, fue atacado por el propio diablo. Y solo después de vencer al príncipe de la tinieblas, su ayuno terminó.
Entonces, el Señor Jesús pudo cerrar Su cuarentena como vencedor.
Tomó en serio cada segundo de Su ayuno en el aislamiento de aquella región agresiva. Sacó fuerzas de la privación física. Estaba protegido por Su conexión con Dios, estaba armado con Su Palabra.
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