La iglesia llegó al país en 1995 y, de a poco, fue conquistando el corazón de la “Tierra del Sol Naciente”
Ubicado en el continente asiático, Japón es un país donde la tradición y la modernidad se mezclan. Después de resurgir de la devastación de las ciudades de Hiroshima y alcanzar el top del ranking mundial en desarrollo tecnológico, económico, educación y seguridad; fue sorprendido con la crisis económica que afectó al mundo, en el 2008, y, por primera vez, registró un aumento en los datos de pobreza y desempleo.
Conocido como la “Tierra del Sol Naciente”, Japón atrae miles de extranjeros, y de toda Latinoamérica, Brasil es quien tiene la mayor colectividad con 254.000 brasileños y le sigue Perú quienes enfrentan mucha discriminación en este archipiélago.
La Iglesia Universal del Reino de Dios llegó a Japón en 1995, y aun enfrentando las dificultades del idioma y los embargos gubernamentales, se estableció en la región y ha conquistado poco a poco el corazón de la población. La IURD cuenta con 16 templos en provincias como Mie-ken, Shiga, Gifu y Hamamatsu. Esta última es la actual sede principal que tiene capacidad para 250 personas sentadas. Y, como la obra de Dios continua multiplicándose, el último Cenáculo del Espíritu Santo inaugurado en el 2011 fue en la ciudad de Fuji que concentra 240.000 habitantes.
Quienes están al frente de la evangelización en Japón cuentan cuáles son los principales problemas enfrentados por las personas que llegan a la Iglesia y el apoyo que reciben: “los brasileros y demás extranjeros que llegan a Japón vienen en busca de un sueño, llenos de planes. Pero las dificultades comienzan en cuanto pisan el suelo japonés. Son muchas las barreras: cultura, lengua, la alta carga horaria de trabajo, distancia de la familia, entre muchos otros problemas.”
En Japón, el índice de separaciones es muy grande, lo que afecta dañinamente a los hijos en esta sociedad. En el 2008, la crisis financiera dejó su marca en el país. Miles de brasileros y extranjeros perdieron sus trabajos, sin embargo la IURD estuvo presente, ayudando en el aspecto espiritual. Durante el mes de marzo de este año, una nueva tragedia golpeó Japón. Un terremoto y un Tsunami dejó 10.000 muertos causando daños invaluables.
Pero al igual que siempre, la IURD está asistiendo espiritualmente a familias, madres, abuelos que han perdido a seres queridos; y miles de habitantes que enfrentan el desafío de la recomposición del país. Paralelamente a la asistencia espiritual, voluntarios de la Iglesia también realizan un trabajo social, visitando clínicas de recuperación de jóvenes droga-dependientes y mujeres abandonadas.
La evangelización en Japón se realiza distribuyendo diarios por las casas, publicitando los programas de televisión y a través de internet. Aunque las luchas del otro lado del mundo sean grandes, está la certeza de que la Iglesia está en el camino correcto, llevando al Señor Jesús a miles de personas.
Transformación de vidas en Japón
A obstetra Lucia Higarashi cuenta que llegó a Japón con su marido y su hijo de 10 meses, en búsqueda de sus sueños y su realización profesional. Pero las cosas no marcharon como imaginaba. “Llegando aquí, todo fue muy difícil. La jornada de trabajo era larga y mi marido trabajaba por la noche. Estábamos en la fase de adaptación, intentando conciliar casa, familia y servicio.”
“Con el pasar del tiempo, mi hijo se enfermó, el diagnóstico era bronquitis alérgica, rinitis y asma. La situación fue cada vez más grave. Me estaba volviendo una persona impaciente, nerviosa, confundida, sin perspectiva de vida, desanimada, y mi marido también estaba muy deprimido, abatido, cansado y sin ánimo. Eran raros los momentos de alegría que teníamos porque había un enorme vacío dentro de nosotros. Para llenarlo, comenzamos a tomar.”
Durante la semana, cuando nos encontrábamos, no había diálogo, y cuando había, era motivo de pelea. Nuestra relación ya no era la misma. Cada día que pasaba, nos distanciábamos más y, por esta razón, pensé incluso en divorciarme para darle una solución a mi problema.
Llegó un momento en que mi marido se hartó de esa vida y agarró las valijas y volvió a Brasil, y me dejó sola con mi hijo en un país aún extraño para mí. Me sentí humillada y fracasada, como mujer y esposa.
La esperanza de volver a tener mi familia restaurada surgió cuando fui invitada a participar de una reunión en la Iglesia Universal. Oyendo la Palabra de Dios, aprendí a poner en práctica mi fe. En pocos días mi esposo regresó a casa, pero es bueno aclarar que el cambio no fue instantáneo. Yo busqué ser la esposa y madre que mi esposo y mi hijo necesitaban. Hoy, llevamos 17 años de casados y, por medio de las orientaciones y oraciones recibidas en la Iglesia, conquisté la restauración de mi familia. Hoy somos muy unidos y felices”.